26 de noviembre de 2013

Empezamos un Nuevo Año Litúgico

La Iglesia católica denomina Año litúrgico al período cíclico anual durante el cual celebra la historia de la salvación hecha por Cristo y al que se distribuye en festividades y ciclos: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario. No se tratan de fechas exactas, sino simplemente una sacralización del curso anual de las estaciones del año y una composición cíclica para que en un periodo de tiempo pueda englobarse dicha historia de salvación.

El Próximo día 1 de diciembre dará comienzo el Año Litúrgico . 

Iniciándose con el  Tiempo Litúrgico el Adviento


Igual que un calendario de cuatro estaciones, doce meses, cincuenta y dos semanas y 365 días, que incluyen días de fiestas y normales. El año litúrgico de la Iglesia usa términos y medidas similares.



El año litúrgico tiene estaciones especiales llamadas "tiempos". Adviento, Navidad, Cuaresma, Triduo, Tiempo de Pascua y el Tiempo Ordinario. Empieza el primer domingo de Adviento y termina con la fiesta de Cristo Rey.

Sin embargo, el propósito del año litúrgico no es marcar el paso del tiempo sino celebrar y entender con mayor claridad todo el misterio de Cristo, desde su encarnación y nacimiento hasta su ascensión, el día de Pentecostés y la espera de su regreso en gloria. Durante el curso del año, el misterio pascual, la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús, es vista desde diferentes ángulos y en diferentes luces.

El calendario litúrgico primero nos dice que lecturas la Iglesia ha designado para leerse cada día. Los nombres de fiestas especiales y conmemoraciones celebradas durante el año, listada semana a semana. Una pequeña cruz refleja el color de las vestiduras que los sacerdotes deben usar en cada celebración litúrgica.




Los colores nos hablan del año litúrgico

Diferentes liturgias son celebradas durante diferentes tiempos del año litúrgico. Tienen música, lecturas, oraciones y ritos especiales que reflejan el espíritu de cada tiempo. Los colores de las vestimentas que usan los sacerdotes durante la liturgia también ayudan a expresar el carácter de los misterios celebrados.
Los colores nos hablan del año litúrgico: BlancoBlanco, color de gozo y victoria, es usado durante los tiempos de Pascua y Navidad. También se usa para las fiestas de Nuestro Señor, de María y los ángeles, y los santos no mártires. El dorado es también usado en ocasiones solemnes.
Los colores nos hablan del año litúrgico: RajoRojo (el color de la sangre) se usa cuando se celebra la pasión de Jesús, el Domingo de Ramos y el Viernes Santo. Es también usado para celebrar las fiestas de los apóstoles, evangelistas y los mártires. El rojo (color del fuego) recuerda al Espíritu Santo y se usa en Pentecostés y para la celebración de la Confirmación.
Los colores nos hablan del año litúrgico: VerdeVerde, lo vemos en plantas y árboles y simboliza la vida y la esperanza, se usa durante el Tiempo Ordinario.
Los colores nos hablan del año litúrgico: MoradoEl color morado se usa en Adviento y nos ayuda a recordar que nos estamos preparando para la venida de Cristo.
Los colores nos hablan del año litúrgico: MoradoEn Cuaresma, tiempo de penitencia y renovación, también se usa el color morado.
Los colores nos hablan del año litúrgico: RosadoEl rosado puede usarse durante el tercer domingo de Adviento, Gaudete y el cuarto domingo de Cuaresma. Expresa el gozo por la espera de la Navidad y la Pascua.



25 de noviembre de 2013

Finalizó el Año de la Fe




Ayer  clausuramos el Año de la Fe que Benedicto XVI inauguraba el 11 de octubre del pasado año. Nuestra Iglesia lo ha vivido de manera muy intensa. Ha sido sin duda un Año de Gracia en el que hemos tenido la oportunidad de volver nuestra mirada a Dios, de renovar nuestra fe y nuestra vida cristiana, de experimentar una sincera y auténtica conversión a Dios y a Jesucristo, de descubrir que sólo Cristo es capaz de colmar el vacío que produce vivir alejados de Dios.

La increencia e indiferencia religiosa, el relativismo, el agnosticismo y el nihilismo han provocado en nuestro tiempo un tremendo vacío existencial. Pero, como dijo Benedicto XVI, “a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir”.
 
Durante este Año de la Fe hemos podido palpar una vez más en nuestras parroquias y comunidades eclesiales y en nuestros movimientos signos de la sed de Dios y del sentido último de la vida que, aunque a veces sea de una forma velada o implícita, se esconde en el corazón de todo hombre, especialmente de los jóvenes: sed de verdad, sed de belleza, sed de amor, sed de felicidad.

La respuesta del Señor no es otra sino una fe total en Él y su seguimiento. Antes de nada es necesario abrirse a Dios, a su gracia y a su amor, que nos transforma y renueva, que nos llama a la conversión y a una vida nueva y renovada. Para seguir a Cristo Jesús es necesario creer en Él, fiarse de Él y confiar plenamente en Él.

La fe es esa puerta (cf. Hch 14, 27), que nos introduce en la vida eterna, en la felicidad, en la vida de comunión con Dios; a la vez que nos permite la entrada en su Iglesia. Y esta puerta está siempre abierta.
 
Hemos de dejarnos amar y abrazar por el Señor que sale diariamente a nuestro encuentro en su Palabra y en sus Sacramentos, en cada persona y acontecimiento.

En esto consiste precisamente la fe cristiana: en el encuentro personal con Jesucristo, el Hijo de Dios vivo y presente en medio de nosotros, en el seno de la comunidad de los creyentes.

Cristo es el centro de nuestra fe, que es, ante todo, la adhesión plena de mente y de corazón a Cristo y a su Evangelio; una adhesión gozosa y total que cambia y orienta la vida, que mueve al seguimiento radical de Cristo, dejando falsas seguridades.

Así lo decía el Papa Francisco: “Quien ama al Señor Jesús, acoge en sí a Él y al Padre, y gracias al Espíritu Santo acoge en su corazón y en su propia vida el Evangelio. Aquí se indica el centro del que todo debe iniciar, y al que todo debe conducir: amar a Dios, ser discípulos de Cristo viviendo el Evangelio”.

De esta forma los cristianos nos convertiremos en la “sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5,13-16) que, en medio del vacío y del desierto, indicarán el camino hacia la Tierra prometida y mantendrán viva la esperanza. Hoy más que nunca evangelizar en nuestro mundo significa dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino.
 
Pidamos a nuestra Madre, la Virgen María, que nos enseñe a abrir nuestra mente y nuestro corazón al Señor, que nos quiere enseñar nuevamente el ‘arte de vivir’, que surge de una intensa relación con Él, para redescubrir todos los días de nuestra vida la alegría de creer y volver así a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.


Por Casimiro López Llorente, obispo de Segorbe-Castellón

Fiesta de Cristo Rey

24 de noviembre 2013, último domingo del año litúrgico. ¡Prepárate para la fiesta del Rey del universo!
 
ÚLTIMO DOMINGO DEL AÑO LITÚRGICO:

Cristo es el Rey del universo y de cada uno de nosotros.

Es una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es el Rey del universo. Su Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.

Un poco de historia

La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925.
El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.

Posteriormente se movió la fecha de la celebración dándole un nuevo sentido. Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina en las personas 
Fiesta de Cristo Rey
Fiesta de Cristo Rey
con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres.

Con la fiesta de Cristo Rey se concluye el año litúrgico. Esta fiesta tiene un sentido escatólogico pues celebramos a Cristo como Rey de todo el universo. Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace casi dos mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía.

Si quieres conocer lo que Jesús nos anticipó de ese gran día, puedes leer el Evangelio de Mateo 25,31-46.

En la fiesta de Cristo Rey celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares, empresas y ambiente.

Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo:

“es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”;

“es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”;

“es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.

En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, pero eficaz.

La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su predicación y extensión debe ser el centro de nuestro afán vida como miembros de la Iglesia. Se trata de lograr que Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las sociedades y en los pueblos. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz y la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.

Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.

Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos habla.

Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, por que Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.

El tercer paso es imitar a Jesucristo. El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.

Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.

Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.

A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas. Un ejemplo son los mártires de la guerra cristera en México en los años 20’s, quienes por defender su fe, fueron perseguidos y todos ellos murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.

La fiesta de Cristo Rey, al finalizar el año litúrgico es una oportunidad de imitar a estos mártires promulgando públicamente que Cristo es el Rey de nuestras vidas, el Rey de reyes, el Principio y el Fin de todo el Universo.