8 de marzo de 2015

III DOMINGO DE CUARESMA_CICLO B


En este tercer domingo de Cuaresma, el Evangelio de Juan nos presenta un episodio muy curioso, del que seguramente todos recordamos. Está llegando la fiesta de la Pascua, es el momento del año más sagrado para el pueblo de Israel. Numerosas tribus de peregrinos llegaban de todos lados para la celebración en Jerusalén, donde se encontraba el templo. Recordemos que el único culto litúrgico para los judíos se celebraba en el Templo de Jerusalén, ya que en las así llamadas sinagogas, lo que se realiza es la enseñanza de la Ley y la oración. Por eso la importancia de la ciudad y del Templo.
En verdad, el Templo de Jerusalén, decidió edificarlo el Rey David para custodiar el “Arca de la Alizanza”. En esa Arca estaban las tablas de la Ley que aseguraba la presencia del Señor en medio de su pueblo. Pero Dios no se lo permitió a David, por causa de sus muchos pecados. Y lo mandó finalmente a construir Salomón, su hijo. Estamos hablando del siglo X antes de Cristo. (Esto lo encontramos en el libro de los Reyes y el libro de Crónicas). Allí se custodió el Arca de la Alianza hasta que el Rey Nabucodonosor de Babilonia se arrebata a Jerusalén y destruye todo, incluso el Templo llevándose cautivos a los Judíos. De esa Arca nunca más se comentó ni se supo dónde terminó. Pero en el destierro Esdras, pidió permiso para volver a las ruinas de su ciudad y reconstruir el templo. Ahora hablamos del siglo VI antes antes de Cristo. Luego hubo otras revueltas que volvieron a destruir el templo. Hasta que en el siglo I antes Cristo el Rey Herodes embelleció el Templo mandando trabajadores por muchos años. Éste es el Templo que vió y conoció Jesús.
Es decir el lugar tan sagrado para los judíos, ahora con tantos peregrinos que venías a presentar sus ofrendas y holocaustos, querrían adquirir allí los animales para ofrecerlos en sacrificio y como muchos venían de otros países habían hasta cambistas de dinero. Todo eso es lo que vio Jesús y por esa razón, expulsó a los mercaderes del Templo, con un látigo hecho de cuerdas. Tal vez estamos acostumbrados a ver a Jesús con la gran mansedumbre que trata a todos los pecadores que se convierten, o darles una oportunidad a todos. Pero aquí lo vemos con una fuerza muy importante para poner fuera del Templo a esta gente.
En el medio del relato hay muchas preguntas y un anuncio muy claro sobre su muerte y resurrección, dando a entender que sobre Él mismo ahora es el centro de la religión. Ya no será más el Templo, sino que habrá una sóla víctima (que es el Hijo amado del Padre), y ya nunca más se necesitarán otros sacrificios. Y el “cordero degollado” resucitó y está vivo. Esto es lo que hay que entender del Evangelio de Juan, pues siempre tiene a Cristo Resucitado como centro. Por eso dice Juan que cuando Jesús resucitó, entonces fue que creyeron en esto que había dicho.
El relato termina con el versículo 25 donde dice: “no necesitaba informes de nadie, porque él sabía lo que hay en el interior del hombre”
Es decir, Juan nos relata que Jesús actuó de esta manera, porque Él sabía lo que hay en el interior de los seres humanos. Y tal vez todo esto es lo que justifica esa manera de actuar. Jesús ve los corazones y las intenciones. La religión no puede mezclarse con el comercio y el mercado. Es un muy buen punto para tener en cuenta.









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