12 de marzo de 2017

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA 2017



En este caminar hacia la Pascua del Señor nos acercamos a su mesa este domingo donde Cristo nos deja ver su gloria como adelanto de su resurrección. Inmersos en nuestro camino de preparación y conversión interior seremos iluminados por el resplandor de Dios como en el monte Tabor.

Una subida que “transfigura”


Subir, subir siempre, ¡subir de todos modos! No es fácil, hay que admitirlo – dar los primeros pasos en el desierto cuaresmal –, como no lo fue para Abrahám llamado a dejar su tierra para convertirse en extranjero, entrando en una aparente “maldición” para ser bendecido por el Señor. No fue fácil para Moisés, llamado no sólo para conducir a su pueblo, sino también para “mediar” entre éste y el Dios de los padres; como tampoco fue fácil para Elías profeta, valiente defensor de la fidelidad a Dios y del cumplimiento de su Palabra.
Ciertamente no fue fácil para Cristo Jesús subir el empinado monte y la altura del Gólgota para hacerse cargo del pecado de cada hombre. Sí, no fue fácil subir la cima de la voluntad del Padre, descendiendo en el abismo más profundo – para el Hijo de Dios – de ser tratado como pecador en nuestro favor (2Cor 5,21). No fue fácil pero fue justo, según el proyecto de nuestra salvación.
Cristo ha subido y descendido, para que nosotros – tan propensos a descender a los “barrancos” precipios más remotos de la distancia de Dios, que es el pecado – pudiéramos volver a subir con Él. Este es el camino del Tabor al Calvario y del Calvario al Cielo. ¡Un camino difícil de recorrer para nosotros y ayer para Simón Pedro, al aceptar que el Maestro pueda sufrir esta suerte y la indique a nosotros sus discípulos de cada tiempo! Por esto es que podemos emprenderlo sólo si Jesús nos lleva consigo”, como hace con Pedro, Santiago y Juan. Si no fuese él a llevarnos”, nosotros quedaríamos encerrados en nuestras consideraciones y razonamientos humanos que, demasiado a menudo, nosotros rechazamos el camino de la obediencia al Padre, especialmente cuando toma el color purpúreo de la cruz.
Y sin embargo sólo subiendo con la humildad obediente del descender, podemos llegar a contemplar las cosas y la vida con la perspectiva de Dios. Sólo de este modo podemos ver la vida “transfigurarse” en la belleza del Cielo, en lugar de “desfigurarse” con el orgullo de nuestro pecado.