12 de mayo de 2019

NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA


La Virgen María se apareció a los pastorcitos Lucía, Francisco y Jacinta en 1917, en una localidad portuguesa llamada Fátima. Como preparación a las apariciones de Nuestra Señora, un ángel quien se identificó como el "Ángel de Portugal", le habló en primer lugar a los niños en 1916.










SANTO DOMINGO DE LA CALZADA

12 de Mayo




Nació en la primera mitad del siglo XI, en la pequeña población de Viloria, en la región de Cantabria y no lejos de La Calzada.
Las primeras noticias de que disponemos sitúan al joven Domingo –en torno al año 1050– pidiendo una plaza en el monasterio de Valvanera, en la Rioja, por Nájera; no se le llegó a admitir. El pobre hombre lo volvió a intentar en otro monasterio; tampoco en el de San Millán de la Cogolla lo quisieron recibir aquellos buenos monjes. Quizá las razones que llevaron a los respectivos abades al negarle un puesto no fueron arbitrarias; posiblemente supusieron que aquel fuerte ejemplar humano solo intentaba escapar del trabajo del campo, o que buscaba solucionar su vida poniéndose al abrigo de los muros del monasterio, como parece ser que intentaban hacer una nube de mendigos; desde luego, no lo tenía fácil a la vista de su paupérrimo ajuar, de su indumentaria; no le ayudaba su majestuoso analfabetismo y, además, no llevaba aval de ningún tipo… bien parecía que se venían abajo de modo irremediable sus ansias de entrega completa a Dios.
Le quedó un último recurso. Por aquellos andurriales se conocía la existencia de un solitario; lo buscó, lo encontró, habló con él y lo dejó tan boquiabierto cuando conoció sus buenas disposiciones, que no solo lo admitió en su compañía, sino que le cedió su propia cabaña, y se prestó a instruirle en los usos y costumbres de la vida de anacoreta.
Ya preparado para la vida solitaria, se marchó a Bureba donde construyó su propia cabaña. Pasó allí cinco años, entre oraciones y penitencias, cultivando la tierra de los alrededores para alimentarse.
A la región llegó el obispo Gregorio de Ostia, predicando el Evangelio; Domingo se le enganchó como «paje para todo», llevado por su deseo de instrucción y perfección. Cuando muere el santo obispo, retorna a Bureba, pero con nuevos ideales y más amplios horizontes: ahora pretende dedicarse a proporcionar un apoyo a los numerosos peregrinos hacia Santiago para venerar los reliquias del Apóstol. El lugar es tránsito obligado, hacen falta sitios para descanso en la fatiga, que sirva también para defensa de los muchos peligros, y para curar a los enfermos. Eso lo entendió como un postulado de la caridad.
Sin abandonar la oración ni la penitencia, se puso mano a la obra como peón, constructor y organizador al tiempo que, con una actividad increíble, atendía a los pobres y desamparados en un alarde de caridad, protegido por los reyes Alfonso VI y VII. Hacía falta roturar campos, nivelar terraplenes, plantar árboles, levantar un hospital, hacer refugios, poner en buen estado una antigua calzada romana, levantar un puente sobre el río Oja y oratorios que se fueron haciendo insuficientes y terminaron en una iglesia dedicada al Salvador, que a su vez se convertirá en catedral en el 1180, sede del obispo de Calahorra, donde se conservan sus restos. Claro está que aquello suscita un inevitable movimiento de gente; cada proyecto pide más mano de obra y así, sin pretenderlo demasiado, va formándose un núcleo de población que será el comienzo de Santo Domingo de la Calzada actual.
Murió el 12 de mayo de 1109, después de haber servido a multitud de peregrinos como guía o médico, dando a todos consuelo y ayuda. Su figura ha quedado para la posteridad aureolada de gran fama y acompañada de la memoria de favores sin cuento, recogidos en la Vita que está escrita en un antiguo leccionario asturiano y reproducido íntegro en el Acta Sanctorum de los Bolandistas.
No podían faltar los imaginativos –y en este caso hispanos– aditamentos a su figura, que sirven para alegrarla y quizá humanizarla aún más, aunque escapen a la comprobación de la historia.
Dicen que cierto día pidió prestados a un paisano unos bueyes para arrastrar unos troncos; aquel hombre, que no tenía fe y quería reírse de Domingo, le puso como condición que fuera él mismo a recogerlos, pero pensando en ofrecerle unos toros bravos. ¿Sabes que trabajó con ellos toda la jornada como si de verdad fueran bueyes, y que se convirtió aquel desaprensivo campesino?
El más notable de los hechos prodigiosos –incorporado a la iconografía del santo– se cuenta que sucedió con una familia que peregrinaba a Santiago. El relato afirma que se trataba de un matrimonio con su hijo joven. La criada de la posada donde pernoctaban intentó provocar al mozo y obtuvo de él una rotunda negativa. Desairada, puso una copa en las alforjas del chico para tramar su venganza, acusándolo de ladrón. El joven terminó en la horca. A la vuelta de Compostela, los desconsolados padres encontraron vivo al ahorcado, por la intervención de Domingo. Buscaron al juez que era ateo y se disponía a comer, teniendo sobre la mesa una gallina y un gallo. Conocedor del asunto, solo pudo decir que «tan muerto está como estos dos animales». Pero resultó que, a la vista de todos, inmediatamente saltaron ¡vivos! la gallina y el gallo que hasta el momento estaban aderezados. Por eso se pinta a Domingo con gallo, gallina, una horca y, al lado, la soga.
Los ingenieros de Montes y Caminos lo han adoptado por patrón. Ojalá santo Domingo les dé un poco más de su amor a Dios y de su caridad heroica.

                                                                                              Archimadrid.org


SAN PANCRACIO



Es un jovencito romano de sólo 14 años, que fue martirizado por declararse creyente y partidario de Nuestro Señor Jesucristo. Dicen que su padre murió martirizado y que la mamá recogió en unos algodones un poco de la sangre del mártir y la guardó en un relicario de oro, y le dijo al niño: "Este relicario lo llevarás colgado al cuello, cuando demuestres que eres tan valiente como lo fue tu padre". Un día Pancracio volvió de la escuela muy golpeado pero muy contento. La mamá le preguntó la causa de aquellas heridas y de la alegría que mostraba, y el jovencito le respondió: "Es que en la escuela me declaré seguidor de Jesucristo y todos esos paganos me golpearon para que abandonara mi religión. Pero yo deseo que de mí se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los apóstoles: "En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir humillaciones por amor a Jesucristo". (Hechos 6,41). Al oír esto la buena mamá tomó en sus manos el relicario con la sangre del padre martirizado, y colgándolo al cuello de su hijo exclamó emocionada: "Muy bien: ya eres digno seguidor de tu valiente padre". Como Pancracio continuaba afirmando que él creía en la divinidad de Cristo y que deseaba ser siempre su seguidor y amigo, las autoridades paganas lo llevaron a la cárcel y lo condenaron y decretaron pena de muerte contra él. Cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio (en la vía Aurelia, a dos kilómetros de Roma) varios enviados del gobierno llegaron a ofrecerle grandes premios y muchas ayudas para el futuro si dejaba de decir que Cristo es Dios. El valiente joven proclamó con toda la valentía que él quería ser creyente en Cristo hasta el último momento de su vida. Entonces para obligarlo a desistir de sus creencias empezaron a azotarlo ferozmente mientras lo llevaban hacia el lugar donde lo iban a martirizar, pero mientras más lo azotaban, más fuertemente proclamaba él que Jesús es el Redentor del mundo. Varias personas al contemplar este maravilloso ejemplo de valentía se convirtieron al cristianismo. Al llegar al sitio determinado, Pancracio dio las gracias a los verdugos por que le permitían ir tan pronto a encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo, en el cielo, e invitó a todos los allí presentes a creer siempre en Jesucristo a pesar de todas las contrariedades y de todos los peligros. De muy buena voluntad se arrodilló y colocó su cabeza en el sitio donde iba a recibir el hachazo del verdugo y más parecía sentirse contento que temeroso al ofrecer su sangre y su vida por proclamar su fidelidad a la verdadera religión. Allí en Roma se levantó un templo en honor de San Pancracio y por muchos siglos las muchedumbres han ido a venerar y admirar en ese templo el glorioso ejemplo de un valeroso muchacho de 14 años, que supo ofrecer su sangre y su vida por demostrar su fe en Dios y su amor por Jesucristo. San Pancracio: ruégale a Dios por nuestra juventud que tiene tantos peligros de perder su fe y sus buenas costumbres. FUENTE: www.ewtn.com

                                  






SAN JUAN DE ÁVILA

San Juan de Ávila nació el 6 de enero de 1499 (o 1500) en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), de una familia profundamente cristiana. Sus padres, Alfonso de Ávila (de ascendencia israelita) y Catalina Jijón, poseían unas minas de plata en Sierra Morena, y supieron dar al niño una formación cristiana de sacrificio y amor al prójimo. Son conocidas las escenas de entregar su sayo nuevo a un niño pobre, sus prolongados ratos de oración, sus sacrificios, su devoción eucarística y mariana.
Probablemente en 1513 comenzó a estudiar leyes en Salamanca, de donde volvería después de cuatro años para llevar una vida retirada en Almodóvar. A pesar de llamarlas ‘leyes negras’ los estudios de Salamanca dejaron huella en su formación eclesiástica, como puede constatarse en sus escritos de reforma. Esta nueva etapa en Almodóvar, en casa de sus padres, viviendo una vida de oración y penitencia, durará hasta 1520. Pues aconsejado por un religioso franciscano, marchará a estudiar artes y teología a Alcalá de Henares (1520-1526). De esta etapa en Alcalá existen testimonios de su gran valía intelectual, como así lo atestigua el Mtro. Domingo de Soto. Allí estuvo en contacto con las grandes corrientes de reforma del momento. Conoció el erasmismo, las diversas escuelas teológicas y filosóficas y la preocupación por el conocimiento de las Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia. También trabó amistad con quienes habían de ser grandes reformadores de la vida cristiana, como don Pedro Guerrero, futuro arzobispo de Granada, y posiblemente también con el venerable Fernando de Contreras. Incluso pudo haber conocido allí al P. Francisco de Osuna y a San Ignacio de Loyola.