28 de febrero de 2021

II DOMINGO DE CUARESMA - CICLO B

 Este es mi Hijo amado; ESCUCHADLO


NUEVA IDENTIDAD CRISTIANA

Para ser cristiano, lo más decisivo no es qué cosas cree una persona, sino qué relación vive con Jesús. Las creencias, por lo general, no cambian nuestra vida. Uno puede creer que existe Dios, que Jesús ha resucitado y muchas cosas más, pero no ser un buen cristiano. Es la adhesión a Jesús y el contacto con él lo que nos puede transformar.

En los evangelios se puede leer una escena que, tradicionalmente, se ha venido en llamar la «transfiguración» de Jesús. Ya no es posible reconstruir la experiencia histórica que dio origen al relato. Solo sabemos que era un texto muy querido entre los primeros cristianos, pues, entre otras cosas, los animaba a creer solo en Jesús.

La escena se sitúa en una «montaña alta». Jesús está acompañado de dos personajes legendarios en la historia judía: Moisés, representante de la Ley, y Elías, el profeta más querido en Galilea. Solo Jesús aparece con el rostro transfigurado. Desde el interior de una nube se escucha una voz: «Este es mi hijo querido. Escuchadlo a él».

Lo importante no es creer en Moisés ni en Elías, sino escuchar a Jesús y oír su voz, la del Hijo amado. Lo más decisivo no es creer en la tradición ni en las instituciones, sino centrar nuestra vida en Jesús. Vivir una relación consciente y cada vez más comprometida con Jesucristo. Solo entonces se puede escuchar su voz en medio de la vida, en la tradición cristiana y en la Iglesia.

Solo esta comunión creciente con Jesús va transformando nuestra identidad y nuestros criterios, va curando nuestra manera de ver la vida, nos va liberando de esclavitudes, va haciendo crecer nuestra responsabilidad evangélica.

Desde Jesús podemos vivir de manera diferente. Ya las personas no son simplemente atractivas o desagradables, interesantes o sin interés. Los problemas no son asunto de cada cual. El mundo no es un campo de batalla donde cada uno se defiende como puede. Nos empieza a doler el sufrimiento de los más indefensos. Nos atrevemos a trabajar por un mundo un poco más humano. Nos podemos parecer más a Jesús.

Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mc (9,2-10
)







BEATA ANTONIA DE FLORENCIA



La beata se casó muy joven y perdió a su esposo a los pocos años. Deseando consagrarse enteramente a Dios, opuso resistencia decidida a los intentos de sus parientes de casarla de nuevo. En 1429, la Beata Angelina de Marsciano envió a dos de sus religiosas a fundar en Florencia el quinto convento de Terciarias Regulares de San Francisco y la beata fue una de las primeras en entrar en él. Un año más tarde, su superiora la nombró superiora del convento de Santa Ana de Foligno, y tras tres años, fue enviada a gobernar la nueva comunidad de Aquila.

Cuando San Juan Capistrano pasó por la ciudad, la beata Antonia le manifestó que deseaba una regla más estricta. El santo comprendió su anhelo y consiguió que se le cediese el monasterio de Corpus Christi, que otra orden acababa de construir. Ahí se retiró Antonia con once de sus religiosas, en 1447, para practicar la regla original de Santa Clara en todo su rigor.

La humildad y la paciencia eran la virtudes características de la Beata Antonia, quien durante 15 años tuvo que soportar una dolorosa enfermedad, además de una multitud de severas pruebas espirituales. Antonia era digna hija de San Francisco por su amor a la pobreza. Algunos testigos narraron que habían visto varias veces a la beata arrebatada en éxtasis a cierta altura del suelo, y que una vez un globo de fuego apareció sobre su cabeza e iluminó el sitio en que se hallaba orando.

La beata falleció en 1472. Su culto fue confirmado en 1847. La ciudad de Aquila la veneró como santa desde su muerte.







 


SAN GABRIEL DE LA DOLOROSA


El bailarín que llegó a la santidad.

Nació en Asís (Italia) en 1838. Su nombre en el mundo era Francisco Possenti. Era el décimo entre 13 hermanos. Su padre trabajaba como juez de la ciudad.

 


SAN NÉSTOR DE MAGIDO



Polio, gobernador de Panfilia y Frigia durante el reinado de Decio, trató de ganarse el favor del emperador, aplicando cruelmente su edito de persecución contra los cristianos. Néstor, obispo de Magido, gozaba de gran estima entre los cristianos y los paganos, y comprendió que era necesario buscar sitios de refugio para sus fieles. Rehusando a ser oculto, el Obispo esperó tranquilamente su hora de martirio, y cuando se encontraba en oración, oficiales de la justicia fueron en su búsqueda.

Luego de un extenso interrogatorio y amenazas de tortura, el Obispo fue enviado ante el gobernador, en Perga. El gobernador trató de convencer al santo –primero con halagos y luego con amenazas- de que renegara de la religión cristiana, pero Néstor se mantuvo firme en el Señor, siendo enviado al potro, donde el verdugo le desgarraba la piel de los costados con el garfio. Ante la firme negativa del santo de adorar a los paganos, el gobernador lo condenó a morir en la cruz, donde el santo todavía tuvo fuerzas para alentar y exhortar a los cristianos que le rodeaban. Su muerte fue un verdadero triunfo porque cuando el Obispo expiró sus últimas palabras, tanto cristianos como paganos se arrodillaron a orar y alabar a Jesús.





 


BEATA MARÍA LUDOVICA DE ANGELIS



Nacida el 24 de octubre de 1880 en Italia (en San Gregorio, pueblito de los Abruzzos, no lejano de la ciudad de L'Aquila), Sor María Ludovica De Angelis, con su llegada, primera de ocho, había colmado de alegría a sus padres quienes en la misma tarde del día del nacimiento, en la fuente bautismal, habían elegido, para su primogénita, el nombre de Antonina.

Con el correr de los años, en contacto con la naturaleza y la dura vida del campo, la niña, crecida límpida, abierta, trabajadora y ricamente sensible, se había transformado en una joven fuerte y al mismo tiempo, delicada, activa y reservada, como toda la gente de aquella espléndida tierra.

El 7 de diciembre del mismo año del nacimiento de Antonina, fallecía en Savona una hermana, que había optado dar plenitud a la propia vida siguiendo las huellas de Aquel que dijo: «Sean misericordiosos como es misericordioso el Padre... Todo cuanto hagan a uno solo de estos hermanos míos, a Mí lo hacen...», era Santa María Josefa Rossello la cual dio vida, en Savona, en 1837, al Instituto de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia: una Familia Religiosa que caminaba por los senderos del mundo, proponiendo con la fuerza del ejemplo el mismo ideal a muchas jóvenes.

Antonina sentía en su corazón que sus sueños encontraban eco en los sueños que habían sido los de la Madre Rossello.

Ingresó con las Hijas de la Misericordia el 14 de noviembre de 1904; en la Vestición Religiosa toma el nombre de Sor María Ludovica y tres años después de su ingreso, el 14 de noviembre de 1907, zarpa hacia Buenos Aires, donde arriba el 4 de diciembre sucesivo. Desde este momento se da en ella un florecer ininterrumpido de humildes gestos silenciosos en una entrega discreta y emprendedora.

Sor Ludovica no posee una gran cultura, al contrario. Sin embargo, es increíble cuánto logra realizar ante los ojos asombrados de quiénes la circundan. Y, si su castellano es simpáticamente italianizado, con algún toque pintoresco de "abruzzese", no le cuesta entender ni hacerse entender.

No formula programas ni estrategias, pero se dona con toda el alma.

El Hospital de Niños, al cual es enviada, y que inmediatamente adopta como familia suya, la ve, primero, solícita cocinera, luego, convertida en responsable de la Comunidad, infatigable ángel custodio de la obra que, en torno a ella, se transforma gradualmente en familia unida por un único fin: el bien de los niños.

Serena, activa, decidida, audaz en las iniciativas, fuerte en las pruebas y enfermedades, con la inseparable corona del Rosario entre las manos, la mirada y el corazón en Dios y la infaltable sonrisa en los ojos, Sor Ludovica llega a ser, sin saberlo ella misma, a través de su ilimitada bondad, incansable instrumento de misericordia, para que a todos llegue claro el mensaje del amor de Dios hacia cada uno de sus hijos.

Único programa expresamente formulado, es la frase recurrente: «Hacer el bien a todos, no importa a quién». Y se realizan así, con subvenciones que solo el cielo sabe cómo Sor M. Ludovica consigue obtener, salas de cirugía, salas para los pequeños yacentes, nuevas maquinarias, un edificio en Mar del Plata destinado a la convalecencia de los niños, una capilla hoy parroquia, y una floreciente chacra para que sus protegidos tuviesen siempre alimento genuino.

Durante 54 años Sor M. Ludovica será amiga y confidente, consejera y madre, guía y consuelo, de cientos y cientos de personas in City Bell de toda condición social.

El 25 de febrero de 1962 concluye su camino, pero quienes permanecen todo el personal médico en particular no olvidan, y el Hospital de Niños asume el nombre de «Hospital Superiora Ludovica».