San Eulogio nació en Córdoba, España, en el año 800. En
sus tiempos, Córdoba, estaba ocupada por los musulmanes o mahometanos, los
cuales solamente permitían a los cristianos ir a misa pagando un impuesto y
elevado por cada vez que fueran a la Iglesia, pero castigaban con pena de
muerte al que hablara en público de Jesucristo, fuera de la Iglesia.
La familia de Eulogio se conservaba en su fe católica en
medio perdida de fe de la mayoría de los católicos, que la habían abandonado
por miedo a las amenazas del gobierno musulmán.
Tuvo por maestro a uno de los más grandes sabios de su
tiempo, al famoso Esperaindeo, el cual lo formó muy bien en filosofía y otras
ciencias. Como compañeros de estudios tuvo a Pablo Álvarez, el cual fue siempre
su gran amigo y escribió más tarde la vida de San Eulogio con todos los
detalles que logró ir coleccionado. “Era muy piadoso y muy mortificado.
Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la
Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable y alegre. Era tan
humilde que casi nunca discutía y siempre se mostraba muy respetuoso con las
opiniones de los otros, y lo que no fuera contra la Ley de Dios o la moral, no
lo contradecía jamás. Su trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de todos
los que charlaban con él. Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas
de religiosos y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que lo
llamaban como consultor cuando tenían que redactar los Reglamentos de sus
conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un gran número de
casas religiosas en España”
Ordenado sacerdote, repartió su vida entre la
contemplación dentro de los monasterios próximos a la ciudad y la cura
pastoral. Su celo era tal que, como dice su biógrafo, “tenía gracia para sacar
a los hombres de su miseria y sublimarlos al reino de la luz”.
En el año 848 emprendió un viaje hacia Francia, pero al querer atravesar por la Marca Hispánica, encontró dificultades debido una rebelión contra el rey de Francia Occidental Carlos el Calvo. Intentó entonces pasar a Francia a través de Pamplona, pero allí también se estaba produciendo problemas por los cuales no pudo pasar. Acogido por el obispo de Pamplona, comenzó a viajar por los monasterios pirenaicos para difundir entre las autoridades eclesiásticas mozárabes de al-Ándalus importantes obras de la cultura cristiana y occidental.
No pudo pasar, y regresó, deteniéndose en Toledo, junto
al obispo Wistremiro. Este viaje fue sumamente útil al sacerdote cordobés
porque descubrió la mentalidad de los cristianos independientes del poder
musulmán y pudo enriquecer las escuelas de Córdoba con libros latinos que no se
encontraban en la España musulmana, gracias a que estuvo recolectando varios de
ellos por su viaje.
En el año 850 estalló la persecución contra los católicos
de Córdoba por el gobierno musulmán, que mandó a asesinar a un sacerdote y
luego a un comerciante católico. Los creyentes más fervorosos se presentaron
ante el alcalde de la ciudad para protestar por estas injusticias, y declarar
que reconocían a Jesucristo y no a Mahoma. A estos enseguida los mandaron
torturar y los hicieron degollar. Murió un gran número de personas, de todas
las edades, entre ellos también, muchos de los que habían perdido la fe, pero
luego de esto la recuperaron, así haciendo pública su elección por Jesús, y
murieron mártires.
A dos jóvenes católicas las llevaron a la cárcel,
amenazándolas terriblemente si no renegaban de su fe. Las dos estaban muy
desanimadas, pero San Eulogio se enteró y compuso para ellas un animador
librillo llamado “Documento martirial”, y les aseguró que el Espíritu Santo les
concedería un valor que ellas nunca habían imaginado tener y que no les
permitiría perder su honor. Las dos jóvenes proclamaron valientemente su fe en
Jesucristo y le escribieron al santo que en el cielo rogarían por él y por los
católicos de Córdoba para que no desmayaran de su fe. Fueron martirizadas, así
pasando a la eternidad con nuestro Padre. Sin embargo, el obispo de Toledo,
Eulogio, fue encarcelado, donde escribió muchos libros sobre el martirio, pero
luego logro salir de la cárcel, encontrándose
con Iglesias y escuelas cristianas destruidas.
Eulogio, vigilado siempre por el gobierno musulmán, se
veía obligado a cambiar constantemente de lugar, siendo detenido a principios
del 859 por haber ayudado a ocultarse a una joven llamada Leocricia, hija de
padres musulmanes, que había sido convertida por una monja. Lucrecia y Eulogio
fueron llevados ante el juez, que por el hecho de que Eulogio era obispo de
Toledo hicieron que el juicio se desarrollara ante el emir, el cual tuvo que
oír de sus labios una defensa ardiente al cristianismo. En vista de esto fue
condenado a decapitación.
Murió como mártir de Cristo en la tarde de un sábado del
11 de marzo del 859. Su cuerpo fue sepultado en la basílica de San Zoilo.
También la joven que murió junto a él, fue proclamada Santa Lucrecia.