26 de noviembre de 2023

SOLEMNIDAD DE CRISTO REY DEL UNIVERSO

 


Hoy, domingo XXXIV del Tiempo Ordinario, la Iglesia Católica celebra la “Solemnidad de Cristo Rey” o “Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo”.

Dice el Evangelio: "Yo soy Rey. Para esto nací, para esto vine al mundo, para ser testigo de la Verdad" (Jn 18, 36-37).

Con la Solemnidad de Cristo Rey, la Iglesia Católica concluye el Año Litúrgico recordando al mundo entero que nada -persona o ley humana- está por encima de Dios. Cristo es Señor del tiempo y de la historia, como es Señor de todo lo creado.

Sentido de la celebración

La Solemnidad de “Cristo, Rey del Universo” fue instituida por el Papa Pío XI en 1925. Con ella, la Santa Madre Iglesia quiere que volvamos los ojos hacia el Señor, rey bondadoso y sencillo, y nos dejemos conducir por Él. Jesucristo, como buen pastor, guía a la porción de la Iglesia que peregrina en la tierra hacia su destino final: el Reino de Dios.

No debe olvidarse, además, que la posibilidad de alcanzar el Reino de Dios ya fue ganada por Cristo mismo, y que esta se preserva en la Iglesia y gracias a la Iglesia. Es decir, la Iglesia fundada por Jesús es garantía de que la victoria es siempre posible, y de que las puertas del cielo están siempre abiertas. Es el Espíritu Santo a quien Cristo encomendó conceder las gracias necesarias para que todos puedan alcanzar la santidad y transformar el mundo según su santa voluntad.

Recursos sobre Jesucristo, Rey del Universo:







 


SAN SILVESTRE GOZZOLINI



Silvestre nació en 1177 en el seno de una noble familia, dado que su padre era el perito en Derecho civil Gislerio Guzzolini y su madre era Bianca Ghisleri, con quienes vivió su infancia hasta que, a los 20 años comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Bolonia. Sin embargo, la esperanza de su padre de que siguiera su legado se truncó en cuanto el joven compaginó la carrera con los estudios de Teología en la Universidad de Padua.

A pesar de regresar a casa con ambas titulaciones, su padre ya no le dirigió más la palabra y le desheredó, aunque esto no desanimó a un Silvestre que encontró apoyo en su madre y el obispo de Ósimo, por lo que poco más tarde ingresó en la comunidad religiosa de los Canónigos Regulares de la Catedral. En 1217 se ordenó sacerdote por lo que comenzó a predicar con fe y radicalidad en la observancia del santo Evangelio, fórmulas que le hicieron muy querido.

En 1227, mientras atendía el funeral de un noble, tomó conciencia de las vanidades del mundo y dejó todo atrás para estar solo con Dios. Junto a él, otros eremitas quisieron seguir sus pasos y se trasladaron todos juntos al monte Fano, donde comenzó a trazar los cimientos de la Congregación de los Silvestrinos, siguiendo la regla de San Benito. Años más tarde, cuando llegó la hora de pasamiento, en el año 1267, Silvestre ya había fundado doce casas de su congregación.



SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA



Virgen y mártir cuya fiesta se celebra en la Iglesia Latina y en varias Iglesias Orientales el 25 de noviembre y que durante casi seis siglos fue objeto de una devoción muy popular.

De noble origen y versada en las ciencias, cuando tenía sólo 18 años, se presentó ante el emperador Maximino, que perseguía violentamente a los cristianos, y le recriminó su crueldad intentando demostrar cuán inicua era la adoración de los dioses falsos. Asombrado por la audacia de la joven, pero incapaz de competir con ella en sabiduría, el tirano la detuvo en su mismo palacio y llamó a numerosos sabios a los que ordenó que usaran toda su capacidad y razonamientos falsos de manera que Catalina apostatara; pero ella quedó victoriosa en el debate. Algunos de sus adversarios, conquistados por su elocuencia, se declararon cristianos y fueron ejecutados. Furioso por no haber conseguido su propósito, Maximino la mandó azotar y después la encarceló. Mientras tanto, la emperatriz deseosa de ver a una mujer tan extraordinaria se acercó a visitarla a las mazmorras, acompañada de Porfirio, jefe de las tropas, y ambos cedieron a las exhortaciones de Catalina, creyeron, se bautizaron y ganaron inmediatamente la corona de los mártires. Poco después la santa, que lejos de flaquear en su fe, conseguía muchas conversiones, fue condenada a morir en la rueda, pero al tocarla, el instrumento de tortura se destruyó milagrosamente. Enfadado y fuera de control, el emperador la mandó a decapitar. Unos ángeles trasladaron su cabeza al Monte Sinaí donde más tarde se construyó un monasterio e iglesia en su honor. Hasta aquí las Actas de Santa Catalina.

Desafortunadamente no se conservan estas actas en su forma original, sino transformadas y distorsionadas con descripciones difusas y fantásticas debidas a la imaginación de narradores, a quienes les importaba menos hacer constar los hechos auténticos que agradar a a los lectores con sus relatos maravillosos. La importancia que se dio a lo largo de la Edad Media a la leyenda de este martirio explica el interés y cuidado con el que en tiempos modernos se han examinado y estudiado los textos antiguos griegos, árabes y latinos que lo refieren, y sobre el que los críticos han manifestado hace tiempo sus opiniones, de las que probablemente no tengan que desdecirse. Hace varios siglos, cuando la devoción a los santos era estimulada por la lectura de extraordinarias narraciones hagiográficas, cuyo valor histórico nadie estaba cualificado para cuestionar, los pueblos católicos invistieron a Santa Catalina con un halo de encantadora poesía y poder milagroso.

Clasificada con Santa Margarita y Santa Bárbara como uno de los catorce santos más útiles en el cielo, fue continuamente alabada por los predicadores y cantada por los poetas. Es bien sabido que Bossuet le dedicó uno de sus más hermosos panegíricos y que Adán de San Víctor escribió un magnífico poema en su honor: “Vox Sonora nostri chori”, etc. En muchos lugares su fiesta se celebraba con la mayor solemnidad, se prohibía el trabajo servil, y un gran número de personas asistían a las devociones. En varias diócesis de Francia se observaba como día de fiesta de obligación hasta principios del siglo XVII, y el esplendor de su ceremonial eclipsaba al de las fiestas de algunos de los Apóstoles. Muchas capillas se pusieron bajo su patrocinio y su estatua se encontraba en casi todas las iglesias representándola, según la iconografía medieval, con una rueda, su instrumento de tortura. Mientras que, debido a varias circunstancias de su vida, San Nicolás de Mira se consideraba patrón de los jóvenes bachilleres y estudiantes, Santa Catalina se convirtió en patrona de doncellas y estudiantes femeninas. Considerada como la más santa e ilustre de las vírgenes de Cristo, resultaba natural que ella, entre todas, fuera la encargada de proteger a las vírgenes de los claustros y a las jóvenes solteras en el mundo.

Al ser la rueda de tortura el emblema de la santa, los carreteros y mecánicos se colocaron bajo su protección. Finalmente, según la tradición, no solo permaneció virgen dominando sus pasiones y conquistó a sus verdugos al agotarles su paciencia, sino que triunfó con su ciencia haciendo callar a los sofistas, su intercesión fue implorada por teólogos, apologistas, predicadores del púlpito y filósofos. Antes de estudiar, escribir o predicar, le rogaban que iluminara sus mentes, guiara su pluma e impartiera elocuencia a sus palabras. Esta devoción a Santa Catalina que tomó tan vastas proporciones en Europa después de las Cruzadas, recibió brillo adicional en Francia a principios del siglo XV cuando se rumoreaba que se había aparecido a Santa Juana de Arco, junto con Santa Margarita, había sido designada por voluntad divina consejera de Santa Juana de Arco.

Aunque lo hagiógrafos contemporáneos consideran más que dudosa la autenticidad de los varios textos que contienen la leyenda de Santa Catalina, nadie pone en duda la existencia de la santa. La conclusión a la que se ha llegado tras analizar esos textos es que los hechos principales han de ser aceptados como verdaderos, y se debe rechazar como puras y simples invenciones la multitud de detalles que casi oscurecen esos hechos, la mayor parte de las narraciones maravillosas con las que se embellecen y los largos discursos que se ponen en boca de Santa Catalina.

Un ejemplo lo ilustrará muy bien: aunque todos estos textos mencionan el traslado milagroso del cuerpo de la santa al Monte Sinaí, los itinerarios de los antiguos peregrinos que visitaron el Sinaí no hacen ni la más ligera alusión al respecto. Ya en el siglo XVIII Don Deforis, el benedictino que preparó una edición de las obras de Bossuet, declaró que la tradición seguida por este orador en su panegírico de la santa era en gran medida falsa y fue precisamente por entonces cuando la fiesta de Santa Catalina desapareció del Breviario de París. Desde entonces la devoción a la virgen de Alejandría ha perdido toda su antigua popularidad.








¡ FELICIDADES A TODAS LAS PERSONAS QUE HOY CELEBRAN SU ONOMÁSTICA !