9 de enero de 2023

SAN ADRIÁN -ABAD DE CANTERBURY



Nació en África. Era abad de Nérida, cerca de Nápoles cuando el Papa San Vitalinano lo escogió por su ciencia y virtud para instruir a la nación inglesa de Canterbury, aún joven en la fe. San Adrián trató de declinar la elección recomendando a San Teodoro para el cargo, pero se mostró dispuesto a compartir los trabajos de la misión.

El Papa accedió a su petición y lo nombró asistente y consejero del nuevo Obispo. San Teodoro lo nombró abad del monasterio de San Pedro y San Pablo de Canterbury, donde nuestro santo enseñó el griego, el latín, la ciencia de los Padres, y sobre todo la virtud. San Adrián ilustró el país con su doctrina y el ejemplo de su vida, durante treinta y nueve años. Murió el 9 de enero del año 710.





 


INICIAMOS EL TIEMPO ORDINARIO

 

El Tiempo Ordinario, o más propiamente dicho Tiempo Durante el Año, es el espacio más largo dentro del Año Litúrgico. Su nombre no significa que sea «ordinario» en el sentido de tener poca importancia, o ser insignificante. Con ese nombre solo se le quiere distinguir de los “tiempos fuertes”, que son el ciclo de Pascua y el de Navidad, con su preparación y prolongación respectiva. Es un tiempo menor o «menos fuerte» en relación con los demás, el más antiguo dentro de la organización del año litúrgico y el que ocupa la mayor parte, 33 ó 34 semanas, de las 52 que existen.

Antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, I este tiempo se dividía en dos partes denominadas tiempo después de epifanía y tiempo después de pentecostés, respectivamente. Los domingos de cada parte tenían su propia numeración sucesiva independientemente de la totalidad de la serie. Ahora, en cambio, todos forman una sola serie, de manera que al producirse la interrupción de tres meses con la cuaresma y la pascua, la serie continúa después del domingo de pentecostés. Pero sucede que unos años empieza el tiempo ordinario más pronto que otros —a causa del ciclo natalicio—. Esto hace que tenga las treinta y cuatro semanas o solamente treinta y tres. En este caso, al producirse la interrupción de la serie, se elimina la semana que tiene que venir a continuación de la que queda interrumpida. Hay que tener en cuenta, no obstante, que la misa del domingo de Pentecostés y la de la Solemnidad de la Santísima Trinidad sustituyen a las celebraciones dominicales del tiempo ordinario

- Además de los tiempos que tienen un carácter propio, quedan 33 o 34 semanas en el curso del año, en las cuales no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos. Este período de tiempo recibe el nombre de Tiempo Ordinario.

- El Tiempo Ordinario comienza el lunes que sigue al domingo posterior al 6 de enero, es decir, lunes posterior a la celebración del Bautismo del Señor y se extiende hasta el martes antes de Cuaresma, inclusive. De nuevo comienza el lunes después del domingo de Pentecostés y termina antes de las primeras Vísperas del domingo I de Adviento (Normas Universales sobre el Año Litúrgico, 43-44)

De estas normas se desprende la importancia de este ciclo en el año litúrgico: es un tiempo que nos ayuda a vivir el Misterio de Cristo en su plenitud, llevándonos hacia el encuentro con Él en lo cotidiano e instruyéndonos a través de la Palabra organizada en los diferentes leccionarios. Descubrimos que en cada día de nuestra vida nos encontramos con la salvación que Cristo nos ofrece permanentemente, y que la reconciliación con Dios no está reservada solo para los «tiempos fuertes».

Su contenido se desarrolla con más naturalidad que los tiempos fuertes, en los que predomina una temática muy concreta. El tiempo ordinario no celebra un misterio particular de la historia de la salvación, sino que se celebra al mismo misterio de Cristo en su plenitud.  La lectura continuada, por ejemplo de un evangelio específico para un ciclo determinado, permite al pueblo de Dios ir profundizando en un orden cronológico, si se quiere llamar así, la historia de la salvación.

La nueva distribución de las lecturas en tres ciclos dominicales y dos feriales es una respuesta a la petición del Concilio Vaticano II:

A fin de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura (SC 51).