12 de mayo de 2024

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

La Solemnidad de la Ascensión se celebraría el jueves de la sexta semana de Pascua (9 de mayo de 2024), cuando se cumplen 40 días después de la Resurrección de Cristo. Esto de acuerdo al relato del Evangelio de San Lucas y los Hechos de los Apóstoles de la Biblia.

Sin embargo, esta fiesta litúrgica se traslada al séptimo domingo de Pascua, que en esta ocasión será el 12 de mayo de 2024.

Esta modificación, autorizada por diversas conferencias episcopales en todo el mundo, se da porque este día cae entre semana (jueves), por lo cual se cambia al domingo para que una mayor cantidad de fieles participe de esta importante fiesta católica.

En la Ascensión se celebra que Jesús asciende (sube) al cielo en cuerpo y alma, luego de prometerle a sus discípulos que enviará al Espíritu Santo, algo que sucederá en la solemnidad de Pentecostés.


 

 

Celebramos en este domingo la fiesta de la Ascensión de Jesucristo a los cielos. Cuarenta días después de su resurrección, Jesús reunió a sus apóstoles y, delante de ellos, fue elevado al cielo, hasta que lo perdieron de vista. De esta manera, Jesús culminó su glorificación sentado a la derecha del Padre, como Señor y juez, que vendrá glorioso al final de los tiempos, para juzgar a vivos y muertos.

Para un cristiano, mirar al cielo significa dirigir su corazón hacia esa situación feliz que Dios nos tiene preparada para cada uno de nosotros, y en la que Jesús nos precede, según lo que celebramos en esta fiesta. Dos obstáculos principales nos impiden esta mirada al cielo: por una parte, la vida placentera en este mundo nos hace olvidar el cielo, nos parece que estaremos mejor en la tierra disfrutando de lo que la vida nos pueda ofrecer. Si nos hablan del cielo, asentimos, pero pensamos que el cielo puede esperar y ahora que nos dejen disfrutar los bienes de la tierra. Una vida planteada en torno al placer no tiene ningún interés por el cielo; sólo se acuerda del cielo cuando llega la frustración o la contrariedad.

Otro obstáculo es la visión materialista de la vida y de la historia, que lleva a la negación de Dios y del cielo. En el marxismo, una de las ideologías imperantes en nuestros días, hablar del cielo es como una evasión del compromiso por trasformar este mundo. Lo consideran como una alienación, como una rémora para el desarrollo. Y a veces a los cristianos les atrapa esta ideología y les priva del gozo anticipado del cielo que esperamos.

La fiesta de la Ascensión, sin embargo, es fiesta de gozo para el cristiano, porque sabe que el camino abierto por Jesús es la autopista por la que hemos de caminar nosotros. Y saber que al final nos espera ese gozo, nos hace disfrutarlo ya desde ahora en esperanza. La certeza de la vida más allá de la muerte, y de una vida feliz con Dios para siempre, es un resorte continuo ante las dificultades de la vida, que no faltan.

En la fiesta de la Ascensión celebramos a Cristo, cabeza de este cuerpo que formamos todos los cristianos y, de alguna manera, toda la humanidad. Lo que ha sucedido en él es un anuncio y una primicia de lo que sucederá en todos nosotros. Ya ha sucedido en su Madre santísima, y así lo celebramos el 15 de agosto: María elevada al cielo en cuerpo y alma, María glorificada incluso en su cuerpo humano, como el nuestro. María es adelanto de toda la humanidad, que un día será glorificada como ella.

La ausencia visible y palpable de Jesús, el ayuno que su ausencia impone a nuestros sentidos, es un bien para nosotros: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no puede venir a vosotros el Espíritu Santo” (Jn 16,7). Durante la presencia de Jesús en la tierra, sus contemporáneos vivían de lo que veían y oían de él. Pero el plan de Dios, para aquellos contemporáneos y para todos nosotros, es que todo eso quede interiorizado en nuestro corazón, y desde dentro vaya inundando todas las zonas de nuestra vida, transfigurándolas. Jesús es verificable en la historia, el Espíritu trabaja y va transformando esa historia y nuestro corazón desde lo invisible. Os conviene que yo me vaya, nos dice Jesús, para pasar a esa otra dimensión del Espíritu santo, autor de nuestra santificación.

En esta fiesta de la Ascensión celebramos la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Este año con el lema: “Escuchar con los oídos del corazón”. Pidamos por todos los comunicadores, los que trabajan en la radio, televisión y prensa escrita, para que aprendan cada vez más a escuchar, y así puedan relatar a los demás lo que han escuchado con el corazón.






DUODÉCIMO DÍA: MES DE MARÍA




SAN PANCRACIO

                                



Es un jovencito romano de sólo 14 años, que fue martirizado por declararse creyente y partidario de Nuestro Señor Jesucristo. Dicen que su padre murió martirizado y que la mamá recogió en unos algodones un poco de la sangre del mártir y la guardó en un relicario de oro, y le dijo al niño: "Este relicario lo llevarás colgado al cuello, cuando demuestres que eres tan valiente como lo fue tu padre".
Un día Pancracio volvió de la escuela muy golpeado pero muy contento. La mamá le preguntó la causa de aquellas heridas y de la alegría que mostraba, y el jovencito le respondió: "Es que en la escuela me declaré seguidor de Jesucristo y todos esos paganos me golpearon para que abandonara mi religión. Pero yo deseo que de mí se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los apóstoles: "En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir humillaciones por amor a Jesucristo". (Hechos 6,41). Al oír esto la buena mamá tomó en sus manos el relicario con la sangre del padre martirizado, y colgándolo al cuello de su hijo exclamó emocionada: "Muy bien: ya eres digno seguidor de tu valiente padre". 
Como Pancracio continuaba afirmando que él creía en la divinidad de Cristo y que deseaba ser siempre su seguidor y amigo, las autoridades paganas lo llevaron a la cárcel y lo condenaron y decretaron pena de muerte contra él. Cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio (en la vía Aurelia, a dos kilómetros de Roma) varios enviados del gobierno llegaron a ofrecerle grandes premios y muchas ayudas para el futuro si dejaba de decir que Cristo es Dios. El valiente joven proclamó con toda la valentía que él quería ser creyente en Cristo hasta el último momento de su vida. 
Entonces para obligarlo a desistir de sus creencias empezaron a azotarlo ferozmente mientras lo llevaban hacia el lugar donde lo iban a martirizar, pero mientras más lo azotaban, más fuertemente proclamaba él que Jesús es el Redentor del mundo. Varias personas al contemplar este maravilloso ejemplo de valentía se convirtieron al cristianismo. 
Al llegar al sitio determinado, Pancracio dio las gracias a los verdugos por que le permitían ir tan pronto a encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo, en el cielo, e invitó a todos los allí presentes a creer siempre en Jesucristo a pesar de todas las contrariedades y de todos los peligros. 
De muy buena voluntad se arrodilló y colocó su cabeza en el sitio donde iba a recibir el hachazo del verdugo y más parecía sentirse contento que temeroso al ofrecer su sangre y su vida por proclamar su fidelidad a la verdadera religión. Allí en Roma se levantó un templo en honor de San Pancracio y por muchos siglos las muchedumbres han ido a venerar y admirar en ese templo el glorioso ejemplo de un valeroso muchacho de 14 años, que supo ofrecer su sangre y su vida por demostrar su fe en Dios y su amor por Jesucristo. 

San Pancracio: ruégale a Dios por nuestra juventud que tiene tantos peligros de perder su fe y sus buenas costumbres.
FUENTE: www.ewtn.com