Hoy 10 de marzo, la Iglesia Católica celebra el IV
Domingo de Cuaresma. La lectura del Evangelio de hoy está tomada de Juan,
capítulo 3, versículos del 14 al 21 (Jn 3, 14-21). El texto recoge una de las
intervenciones de Jesús como parte del diálogo nocturno que sostiene con
Nicodemo, hombre prominente entre los judíos y fariseo. El Hijo de Dios alude
directamente a su misión redentora que exige su paso por la cruz, pero que ha
de liberarnos del pecado y ganar para nosotros la vida eterna.
Jesús recuerda el episodio en el desierto cuando el
pueblo de Israel sufre el ataque de las serpientes. Muchos mueren a causa de
las mordeduras y Dios ordena a Moisés que haga una serpiente de bronce y la
ponga en un mástil: “Cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba la
serpiente de bronce y se sanaba” (cfr. Núm 21, 8-9). De manera similar, dice
Jesús, “así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que
crea en él tenga vida eterna” (Jn 3, 14-15). Dios Padre lo ha enviado no para
condenar sino para salvar. Por lo tanto, quien crea en Él jamás se perderá; sin
embargo, quien obre el mal y rechace la luz será causa de su propia
condenación.
Dice el Papa Francisco: “Este cuarto domingo de Cuaresma
la liturgia eucarística comienza con esta invitación: «Alégrate, Jerusalén...».
(cf. Is 66,10). En plena Cuaresma, ¿cuál es el motivo de esta alegría? Nos lo
dice el Evangelio de hoy: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para
que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
Este mensaje gozoso es el núcleo de la fe cristiana: el amor de Dios llega a la
cumbre en el don del Hijo a una humanidad débil y pecadora. Nos ha entregado a
su Hijo, a nosotros, a todos nosotros” (Ángelus, domingo, 14 de marzo de 2021).
Lectura del Evangelio correspondiente al IV Domingo de
Cuaresma. (Jn 3, 14-21)
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Así como Moisés
levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del
hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo
único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo
se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya
está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.
La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la
luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras
eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella,
para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a
la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según
Dios’’.