21 de diciembre de 2013

Historias de Navidad

La primera Navidad


Un Cuento de Navidad-San Pablo
El niño del Tambor

Nochebuena y Navidad



El Adviento se clausura el 24 de diciembre con una solemne Vigilia que en la Liturgia, lo mismo que en la vida hogareña y social, es como el alboreo de la Pascua, la sonrisa inicial del Divino Infante, y el primer repique del interminable campaneo que ha de estallar en la “Misa del Gallo”, al oír cantar a los Ángeles: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!”.


LA NAVIDAD
La Iglesia en su misión de ir por el mundo llevando la Buena Nueva ha querido dedicar un tiempo a profundizar, contemplar y asimilar el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios; a este tiempo lo conocemos como Navidad. Cerca de la antigua fiesta judía de las luces y buscando dar un sentido cristiano a las celebraciones paganas del solsticio de invierno, la Iglesia aprovechó el momento para celebrar la Navidad.
En este tiempo los cristianos por medio del Adviento se preparan para recibir a Cristo, “luz del mundo" (Jn 8, 12) en sus almas, rectificando sus vidas y renovando el compromiso de seguirlo. Durante el Tiempo de Navidad al igual que en el Triduo Pascual de la semana Santa celebramos la redención del hombre gracias a la presencia y entrega de Dios; pero a diferencia del Triduo Pascual en el que recordamos la pasión y muerte del Salvador, en la Navidad recordamos que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros.
Así como el sol despeja las tinieblas durante el alba, la presencia de Cristo irrumpe en las tinieblas del pecado, el mundo, el demonio y de la carne para mostrarnos el camino a seguir. Con su luz nos muestra la verdad de nuestra existencia. Cristo mismo es la vida que renueva la naturaleza caída del hombre y de la naturaleza. La Navidad celebra esa presencia renovadora de Cristo que viene a salvar al mundo.
La Iglesia en su papel de madre y maestra por medio de una serie de fiestas busca concientizar al hombre de este hecho tan importante para la salvación de sus hijos. Por ello, es necesario que todos los feligreses vivamos con recto sentido la riqueza de la vivencia real y profunda de la Navidad.
Por último, es necesario recordar que durante la Navidad celebramos en tres días consecutivos, 26, 27 y 28 de diciembre, tres fiestas que nos hacen presente la entrega total al Señor :
San Esteban, mártir que representa a aquellos que murieron por Cristo voluntariamente.
San Juan Evangelista, que representa aquellos que estuvieron dispuestos a morir por Cristo pero no los mataron. San Juan fue el único Apóstol que se arriesgó a estar con La Virgen al pie de la cruz.
Los Santos Inocentes que representan a aquellos que murieron por Cristo sin saberlo

16 de diciembre de 2013

Tercer Domingo de Adviento- Ciclo A









La Liturgia de este domingo nos impulsa a la alegría. La alegría cristiana tiene un sólido fundamento: el Señor esta cerca; viene a liberarnos del mal, a darnos animo, a sostener nuestra esperanza.










DOMINGO GAUDETE



1.- Así llamábamos a este domingo de Adviento cuando decíamos las misas en latín. La antífona de entrada de la Eucaristía de la misa de este domingo recoge estas palabras de la carta de San Pablo a los filipenses: “Alegraos (gaudete) siempre en el Señor. Os lo repito: alegraos. El Señor está cerca”. Es, pues, el domingo de la alegría con la que debemos los cristianos esperar la venida del Señor, que ya está cerca. La esperanza cristiana debe ser siempre una esperanza alegre, porque esperamos a Alguien que sabemos que viene a salvarnos y porque estamos seguros que esta esperanza se cumplirá. Muchas veces los cristianos no vivimos como personas alegres; actuamos como personas tristonas, miedosas, pesimistas. Tenemos demasiado miedo a la enfermedad, a la crisis económica, al fracaso social, a las dificultades propias del momento. No se nos ve la alegría cristiana por ningún lado, no damos testimonio de alegría cristiana porque nos falta la esperanza cristiana. Muchas veces nuestra esperanza cristiana en el Dios que nos salva es sólo un barniz litúrgico y ritual, con el que envolvemos nuestras reales y corrosivas desesperanzas. Decimos, de palabra, que esperamos en Dios, que confiamos en él, pero ante una dificultad un poco seria nos asustamos y actuamos como personas sin esperanza, y, consecuentemente, sin alegría. Es evidente que nuestra esperanza cristiana no nos dispensa de la precaución y de la lucha contra las dificultades, más bien nuestra esperanza cristiana debe darnos fuerzas para luchar y trabajar con más seguridad y con alegría. No se trata de una alegría bulliciosa y exterior, sino de una alegría interior y espiritual, una alegría que nos hace más fuertes, más equilibrados, menos insensatos y miedosos. A vivir el Adviento con esta alegría cristiana es a lo que nos invitan las lecturas de este domingo.

2.- Se alegrará con gozo y alegría. El profeta Isaías exhorta al pueblo a mantener firme la esperanza en Dios, que vendrá a salvarles: “mirad a vuestro Dios que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará”. Esta esperanza debe traducirse en gozo y alegría, porque el final “verán la gloria del Señor, los ciegos verán, saltarán los cojos y se abrirán los oídos del sordo”. Pero esta esperanza debe ser una esperanza activa, comprometida: “los cobardes de corazón deben hacerse fuertes, fortalecer las manos débiles, robustecer las rodillas vacilantes”. Este es el mensaje para nosotros en este tiempo de Adviento: animados por la esperanza en el Dios que viene a salvarnos, continuemos con fuerza interior y con alegría espiritual nuestro camino de preparación para la Navidad.

3.- Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo. A la pregunta de los discípulos de Juan sobre si Jesús es o no el Mesías que tenía que venir, el mismo Jesús les responde diciéndoles que miren lo que están viendo y oyendo. Si él está haciendo lo que el profeta Isaías dijo que haría el Mesías, es que él es en realidad el Mesías. Las palabras pueden ser verdaderas o falsas, pero los hechos son siempre lo que son. También a nosotros, a los cristianos de este siglo XXI, la gente no nos va creer por lo que digamos, sino por lo que hagamos. Si nuestra generosidad cura la ceguera de los ciegos, la cojera de los cojos y la sordera de los sordos, seguro que la sociedad creerá en nosotros. Nuestra sociedad necesita más el ejemplo de la generosidad y caridad de la Iglesia, que la defensa teórica de sus dogmas y ritos. En estos tiempos de crisis económica y de valores los cristianos debemos comportarnos de tal manera que la gente vea y oiga que lo que estamos haciendo es atender a los más pobres, ayudar a los más necesitados, defender a los últimos y humillados, predicar la justicia evangélica y amar incondicionalmente a todas las personas. Y que, además, lo estamos haciendo con alegría cristiana. Los que vean esto en nosotros, seguro que empezarán a creer en nosotros.

7 de diciembre de 2013

Segundo Domingo de Adviento 2013- Ciclo A






En medio del Adviento se nos presenta esta gran fiesta de la Inmaculada Concepción que el pueblo cristiano celebra desde hace muchos siglos. Fue antes fiesta popular que conmemoración del propio Magisterio de la Iglesia. Eso hace más grande dicha fiesta y agasaja profundamente a María, la Madre de Jesús y Madre Nuestra. Por todo ello se entiende la prevalencia de la celebración de la Virgen ante el formulario del Domingo II de Adviento

Según disposición de los obispos españoles Este domingo, día 8 de Diciembre, prevalece la Solemnidad de la Inmaculada Concepción sobre los textos del Domingo II de Adviento. Pero se incluye en la Segunda Lectura la relativa al Segundo de Adviento, que es un fragmento de la Carta a los Romanos (Rom.15, 4-9).

 Lc 1, 26-38: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra" 












FESTIVIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María 


Si quieres conocer la historia del dogma de la Inmaculada Concepción, pincha en la imagen


El día de hoy, 8 de diciembre, la Iglesia Católica mundial celebra una gran solemnidad de la fe, se trata de la Inmaculada Concepción de María, en el que se afirma que María Santísima, madre de Jesús, nació limpia de toda mancha y del pecado original.

"Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles."

Dogma proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus.

Inmaculada quiere decir que, por los designios maravillosos de Dios, desde el momento en el que empezó la vida humana de María, fue llena de gracia y preservada del pecado, porque iba a ser la madre de Dios en la tierra y luego madre de toda la humanidad por mandato de Jesucristo en la Cruz.

Pero se trata de un misterio de fe que tenemos que comprender con nuestro corazón, María fue designada como Madre de Dios desde antes que el mundo comenzada, porque Dios todo lo sabe y todo lo conoce, y desde ese momento los ángeles del cielo la proclamaron como su madre. Es la designada por Dios para “aplastar la cabeza de la serpiente”, por lo tanto es María nuestra intercesora por la misericordia de su hijo Jesús.

Cuenta la historia que cuando fue declarado el dogma de la Inmaculada Concepción de María, en 1854, las 400 mil templos católicos del mundo en ese momento hicieron una gran fiesta en honor a la Virgen madre de todos los creyentes y madre de la Iglesia.

El amor que Dios mostró a María desde los inicios no tiene comparación, y el amor de María hacia Dios es el vivo ejemplo de lo que nosotros tenemos que tratar de imitar, se trata de un amor de madre, pero de corazón puro, de sometimiento a la voluntad divina, con la plena confianza que Dios hará justicia en el mundo.




1 de diciembre de 2013

Primer Domingo de Adviento 2013- Ciclo A

Adviento: Iniciamos la espera



Un año más los cristianos nos preparamos para recibir entre nosotros al Dios Niño. Jesús nace en Belén y la humanidad entera inicia una nueva andadura de paz, amor y alegría. Asumamos este nuevo Adviento como el definitivo, como aquel que nos hará mejores para siempre.

Mt 24, 37-44: “Estad en vela para estar preparados”.



ENCENDEMOS PRIMERA VELA DE LA CORONA DE ADVIENTO



Tiempo de Adviento

El Adviento es el primer periodo del Año Litúrgico cristiano, que consiste en un tiempo de preparación para el nacimiento de Cristo. Su duración puede variar de 21 a 28 días, dado que se celebran los cuatro domingos más próximos a la festividad de Navidad. Los fieles lo consideran un tiempo de reflexión y de perdón.





Durante el Adviento, se coloca en las iglesias y también en algunos hogares una corona de ramas de pino, llamada " Corona de Adviento", con cuatro velas, una por cada domingo de este periodo. Hay una pequeña tradición en este Tiempo Litúrgico: a cada una de esas cuatro velas se le asigna una virtud que hay que mejorar en esa semana, por ejemplo:
  •  primera, el amor
  •  segunda, la paz
  •  tercera, la tolerancia 
  •  cuarta, la fe.  


LA SÍNTESIS DEL ADVIENTO EN UN DECÁLOGO

1.- Adviento es una palabra de etimología latina, que significa “venida”.
2.- Adviento es el tiempo litúrgico compuesto por las cuatro semanas que preceden a la Navidad como tiempo para la preparación al Nacimiento del Señor.
3.- El adviento tiene como color litúrgico al morado que significa penitencia y conversión, en este caso, transidas de esperanza ante la inminente venida del Señor.
4.- El adviento es un periodo de tiempo privilegiado para los cristianos ya se nos invita a recordar el pasado, vivir el presente y preparar el futuro.
5.- El adviento es memoria del misterio de gracia del nacimiento de Jesucristo. Es memoria de la encarnación. Es memoria de las maravillas que Dios hace en favor de los hombres. Es memoria de la primera venida del Señor. El adviento es historia viva.
6.- El adviento es llamada vivir el presente de nuestra vida cristiana comprometida y a experimentar y testimoniar la presencia de Jesucristo entre nosotros, con nosotros, por nosotros. El adviento nos interpela a vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor en el justicia y en el amor. El adviento es presencia encarnada del cristiano, que cada vez que hace el bien, reactualiza la encarnación y la natividad de Jesucristo.
7.- El adviento prepara y anticipa el futuro. Es una invitación a preparar la segunda y definitiva venida de Jesucristo, ya en la “majestad de su gloria”. Vendrá como Señor y como Juez. El adviento nos hace proclamar la fe en su venida gloriosa y nos ayuda a prepararnos a ella. El adviento es vida futura, es Reino, es escatología.
8.- El adviento es tiempo para la revisión de la propia vida a la luz de vida de Jesucristo, a la luz de las promesas bíblicas y mesiánicas. El adviento es tiempo para el examen de conciencia continuado, arrepentido y agradecido.
9.- El adviento es proyección de vida nueva, de conversión permanente, del cielo nuevo y de la tierra nueva, que sólo se logran con el esfuerzo nuestro -mío y de cada uno de las personas- de cada día y de cada afán.
10.- El adviento es el tiempo de María de Nazaret que esperó, que confío en la palabra de Dios, que se dejó acampar por El y en quien floreció y alumbró el Salvador de mundo.







La lectura de la Biblia en el Ciclo A

Al comenzar un nuevo ciclo de lecturas para el año litúrgico se introducen
matices nuevos provocados por la lectura de los textos bíblicos
según los autores que se leen. En este ciclo se lee fundamentalmente
el Evangelio de san Mateo. Si prestamos atención, el evangelio
de san Mateo nos llevará a vivir más de cerca una lectura
eclesiológica de la vida cristiana, una mirada sobre Cristo vivido
más de cerca en comunidad. Notaréis que contiene abundantes
citas del Antiguo Testamento y cómo Cristo es la clave de interpretación
de la Escritura.
Un aspecto original de este Ciclo A se da en la Cuaresma: se leen los
tres evangelios que se utilizaban en los primeros siglos de la Iglesia para
iluminar la última cuaresma de los catecúmenos que se acercaban a la
celebración de la Iniciación Cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía
celebrados en la Vigilia Pascual. Tres evangelios y tres temas muy sugerentes
 sacramentalmente: la samaritana (el agua), el ciego de nacimiento (la luz) y la
resurrección de Lázaro (la vida).
No estamos siempre en lo mismo, la participación activa de los fieles, en este
caso, consiste en una escucha sapiencial de la Palabra de Dios.






San Andrés

San Andrés Apóstol

30 de noviembre

El nombre “Andrés” (del griego Andreia, valentía o valor) como otros nombres griegos, parece haber sido común entre los judíos del segundo o tercer Siglo Antes de Cristo.


San Andrés, el Apóstol, hijo de Jonás, o Juan (Mateo, 16, 17; Juan, 1, 42), nació en Bethsaida de Galilea (Juan, 1, 44) ; fue el hermano de Simón Pedro (Mateo 10,2; Juan 1, 40),  ambos fueron pescadores (Mateo 4, 18; Marcos 1, 16), y al comienzo de la vida pública de Nuestro Señor ocuparon la casa de Cafarnaúm (Marcos 1, 21, 29).
Desde el cuarto Evangelio aprendemos que Andrés fue discípulo del Bautista y de Juan el Evangelista para seguir a Jesús (Juan, 1, 35-40). Andrés inmediatamente reconoció a Jesús como el Mesías, Pedro, (Juan, 1, 41). Desde entonces los dos hermanos fueron discípulos de Cristo.
En las ocasiones subsiguientes, previas al llamado final al apostolado, ellos fueron llamados a la cercana compañía, y luego dejaron todo para seguir a Jesús (Lucas 5, 11; Mateo, 4, 19, 20; Marcos, 1, 17, 18). Finalmente Andrés fue elegido para ser uno de los Doce; y en las varias listas de Apóstoles dadas en el Nuevo Testamento (Mateo, 10, 2-4; Marcos, 3, 16-19; Lucas, 6, 14-16; Actos, 1, 13) el siempre aparece entre los cuatro primeros.
La única otra explicita referencia a él en el Synoptists, ocurre en (Marcos,13, 3), donde anunciaron su unión con Pedro, Jaime y Juan en poner la cuestión que dejo Nuestro Señor en su gran discurso escatológico. Además de esta exigua información, aprendimos del cuarto Evangelio que en ocasión de la milagrosa alimentación de quinientas personas.
Fue Andrés quien dijo: “Este es un muchacho quien tiene cinco barras de pan de cebada y dos pescados: ¿pero que son estas entre tantos?” (Juan, 6, 8, 9); y cuando, unos pocos días antes de la muerte de Nuestro Señor, ciertos Griegos le preguntaron a Felipe si ellos podrían ver a Jesús, Felipe refería el tema a Andrés como una de las mayores autoridades, y luego ambos anunciaron a Cristo (Juan, 12, 20-22)
Como en la mayoría de los órdenes los primeros cuatro, son Pedro, Juan, Jaime, Andrés; no hay en las epístolas ni en el Apocalipsis mención alguna de ellos. Desde lo que conocemos de los Apóstoles generalmente, podemos, por su puesto suplementar un poco de estos escasos detalles.
Como uno de los Doce, Andrés fue admitido en cercana familiaridad con Nuestro Señor durante su vida pública; estuvo presente en la Última Cena; contemplando la ascensión del Señor; testigo de la Ascensión; compartió las gracias y regalos del primer Pentecostés, y ayudó, entre los riesgos y persecuciones, a establecer la Fe en Palestina.
Cuando los Apóstoles fueron enviados a predicar a las Naciones, Andrés parece haber tomado una parte importante, pero desafortunadamente no tenemos certeza de la extensión o el lugar de su trabajo. La cruz , en la cual él sufrió , es comúnmente sostenida de haber sido una cruz en X, ahora conocida como de San Andrés.  Sin embargo la evidencia para esta visión parece ser no durar más allá del S. XIV.
Este martirio toma lugar durante el reino de Nerón, el 30 de Noviembre de 60 de la Era Cristiana; y ambas la Iglesia Griega y la Latina mantiene el 30 de Noviembre como sus fiestas.  Las reliquias de San Andrés fueron trasladadas desde Patrae a Constantinopla, y depositadas en la Iglesia de los Apóstoles allí, alrededor del 357 de la Era Cristiana.

Cuando Constantinopla fue tomada por los franceses, en el comienzo del S.XIII, el Cardenal Pedro de Capua trajo las reliquias a Italia y las colocó en la Catedral de Amalfi, donde la mayoría de ellas permanecen.
San Andrés es honrado como el patrono protector de  Rusia y Escocia.

26 de noviembre de 2013

Empezamos un Nuevo Año Litúgico

La Iglesia católica denomina Año litúrgico al período cíclico anual durante el cual celebra la historia de la salvación hecha por Cristo y al que se distribuye en festividades y ciclos: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario. No se tratan de fechas exactas, sino simplemente una sacralización del curso anual de las estaciones del año y una composición cíclica para que en un periodo de tiempo pueda englobarse dicha historia de salvación.

El Próximo día 1 de diciembre dará comienzo el Año Litúrgico . 

Iniciándose con el  Tiempo Litúrgico el Adviento


Igual que un calendario de cuatro estaciones, doce meses, cincuenta y dos semanas y 365 días, que incluyen días de fiestas y normales. El año litúrgico de la Iglesia usa términos y medidas similares.



El año litúrgico tiene estaciones especiales llamadas "tiempos". Adviento, Navidad, Cuaresma, Triduo, Tiempo de Pascua y el Tiempo Ordinario. Empieza el primer domingo de Adviento y termina con la fiesta de Cristo Rey.

Sin embargo, el propósito del año litúrgico no es marcar el paso del tiempo sino celebrar y entender con mayor claridad todo el misterio de Cristo, desde su encarnación y nacimiento hasta su ascensión, el día de Pentecostés y la espera de su regreso en gloria. Durante el curso del año, el misterio pascual, la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús, es vista desde diferentes ángulos y en diferentes luces.

El calendario litúrgico primero nos dice que lecturas la Iglesia ha designado para leerse cada día. Los nombres de fiestas especiales y conmemoraciones celebradas durante el año, listada semana a semana. Una pequeña cruz refleja el color de las vestiduras que los sacerdotes deben usar en cada celebración litúrgica.




Los colores nos hablan del año litúrgico

Diferentes liturgias son celebradas durante diferentes tiempos del año litúrgico. Tienen música, lecturas, oraciones y ritos especiales que reflejan el espíritu de cada tiempo. Los colores de las vestimentas que usan los sacerdotes durante la liturgia también ayudan a expresar el carácter de los misterios celebrados.
Los colores nos hablan del año litúrgico: BlancoBlanco, color de gozo y victoria, es usado durante los tiempos de Pascua y Navidad. También se usa para las fiestas de Nuestro Señor, de María y los ángeles, y los santos no mártires. El dorado es también usado en ocasiones solemnes.
Los colores nos hablan del año litúrgico: RajoRojo (el color de la sangre) se usa cuando se celebra la pasión de Jesús, el Domingo de Ramos y el Viernes Santo. Es también usado para celebrar las fiestas de los apóstoles, evangelistas y los mártires. El rojo (color del fuego) recuerda al Espíritu Santo y se usa en Pentecostés y para la celebración de la Confirmación.
Los colores nos hablan del año litúrgico: VerdeVerde, lo vemos en plantas y árboles y simboliza la vida y la esperanza, se usa durante el Tiempo Ordinario.
Los colores nos hablan del año litúrgico: MoradoEl color morado se usa en Adviento y nos ayuda a recordar que nos estamos preparando para la venida de Cristo.
Los colores nos hablan del año litúrgico: MoradoEn Cuaresma, tiempo de penitencia y renovación, también se usa el color morado.
Los colores nos hablan del año litúrgico: RosadoEl rosado puede usarse durante el tercer domingo de Adviento, Gaudete y el cuarto domingo de Cuaresma. Expresa el gozo por la espera de la Navidad y la Pascua.



25 de noviembre de 2013

Finalizó el Año de la Fe




Ayer  clausuramos el Año de la Fe que Benedicto XVI inauguraba el 11 de octubre del pasado año. Nuestra Iglesia lo ha vivido de manera muy intensa. Ha sido sin duda un Año de Gracia en el que hemos tenido la oportunidad de volver nuestra mirada a Dios, de renovar nuestra fe y nuestra vida cristiana, de experimentar una sincera y auténtica conversión a Dios y a Jesucristo, de descubrir que sólo Cristo es capaz de colmar el vacío que produce vivir alejados de Dios.

La increencia e indiferencia religiosa, el relativismo, el agnosticismo y el nihilismo han provocado en nuestro tiempo un tremendo vacío existencial. Pero, como dijo Benedicto XVI, “a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir”.
 
Durante este Año de la Fe hemos podido palpar una vez más en nuestras parroquias y comunidades eclesiales y en nuestros movimientos signos de la sed de Dios y del sentido último de la vida que, aunque a veces sea de una forma velada o implícita, se esconde en el corazón de todo hombre, especialmente de los jóvenes: sed de verdad, sed de belleza, sed de amor, sed de felicidad.

La respuesta del Señor no es otra sino una fe total en Él y su seguimiento. Antes de nada es necesario abrirse a Dios, a su gracia y a su amor, que nos transforma y renueva, que nos llama a la conversión y a una vida nueva y renovada. Para seguir a Cristo Jesús es necesario creer en Él, fiarse de Él y confiar plenamente en Él.

La fe es esa puerta (cf. Hch 14, 27), que nos introduce en la vida eterna, en la felicidad, en la vida de comunión con Dios; a la vez que nos permite la entrada en su Iglesia. Y esta puerta está siempre abierta.
 
Hemos de dejarnos amar y abrazar por el Señor que sale diariamente a nuestro encuentro en su Palabra y en sus Sacramentos, en cada persona y acontecimiento.

En esto consiste precisamente la fe cristiana: en el encuentro personal con Jesucristo, el Hijo de Dios vivo y presente en medio de nosotros, en el seno de la comunidad de los creyentes.

Cristo es el centro de nuestra fe, que es, ante todo, la adhesión plena de mente y de corazón a Cristo y a su Evangelio; una adhesión gozosa y total que cambia y orienta la vida, que mueve al seguimiento radical de Cristo, dejando falsas seguridades.

Así lo decía el Papa Francisco: “Quien ama al Señor Jesús, acoge en sí a Él y al Padre, y gracias al Espíritu Santo acoge en su corazón y en su propia vida el Evangelio. Aquí se indica el centro del que todo debe iniciar, y al que todo debe conducir: amar a Dios, ser discípulos de Cristo viviendo el Evangelio”.

De esta forma los cristianos nos convertiremos en la “sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5,13-16) que, en medio del vacío y del desierto, indicarán el camino hacia la Tierra prometida y mantendrán viva la esperanza. Hoy más que nunca evangelizar en nuestro mundo significa dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino.
 
Pidamos a nuestra Madre, la Virgen María, que nos enseñe a abrir nuestra mente y nuestro corazón al Señor, que nos quiere enseñar nuevamente el ‘arte de vivir’, que surge de una intensa relación con Él, para redescubrir todos los días de nuestra vida la alegría de creer y volver así a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.


Por Casimiro López Llorente, obispo de Segorbe-Castellón

Fiesta de Cristo Rey

24 de noviembre 2013, último domingo del año litúrgico. ¡Prepárate para la fiesta del Rey del universo!
 
ÚLTIMO DOMINGO DEL AÑO LITÚRGICO:

Cristo es el Rey del universo y de cada uno de nosotros.

Es una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es el Rey del universo. Su Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.

Un poco de historia

La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925.
El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.

Posteriormente se movió la fecha de la celebración dándole un nuevo sentido. Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina en las personas 
Fiesta de Cristo Rey
Fiesta de Cristo Rey
con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres.

Con la fiesta de Cristo Rey se concluye el año litúrgico. Esta fiesta tiene un sentido escatólogico pues celebramos a Cristo como Rey de todo el universo. Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace casi dos mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía.

Si quieres conocer lo que Jesús nos anticipó de ese gran día, puedes leer el Evangelio de Mateo 25,31-46.

En la fiesta de Cristo Rey celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares, empresas y ambiente.

Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo:

“es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”;

“es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”;

“es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.

En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, pero eficaz.

La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su predicación y extensión debe ser el centro de nuestro afán vida como miembros de la Iglesia. Se trata de lograr que Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las sociedades y en los pueblos. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz y la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.

Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.

Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos habla.

Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, por que Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.

El tercer paso es imitar a Jesucristo. El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.

Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.

Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.

A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas. Un ejemplo son los mártires de la guerra cristera en México en los años 20’s, quienes por defender su fe, fueron perseguidos y todos ellos murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.

La fiesta de Cristo Rey, al finalizar el año litúrgico es una oportunidad de imitar a estos mártires promulgando públicamente que Cristo es el Rey de nuestras vidas, el Rey de reyes, el Principio y el Fin de todo el Universo.

31 de octubre de 2013

Día de los Fieles Difuntos- 2 de noviembre

Autor: Tere Fernández | Fuente: Catholic.net
Fieles difuntos
2 de noviembre, conoce el significado de las costumbres y tradiciones relacionadas con esta fiesta.
Fieles difuntos
Fieles difuntos


Un poco de historia

La tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, en donde ya se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.

Cuando una persona muere ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación.

Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios.

A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer la Santa Misa por los difuntos.

Debido a las numerosas actividades de la vida diaria, las personas muchas veces no tienen tiempo ni de atender a los que viven con ellos, y es muy fácil que se olviden de lo provechoso que puede ser la oración por los fieles difuntos. Debido a esto, la Iglesia ha querido instituir un día, el 2 de noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.

La Iglesia recomienda la oración en favor de los difuntos y también las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia para ayudarlos a hacer más corto el periodo de purificación y puedan llegar a ver a Dios. "No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos".

Nuestra oración por los muertos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión a nuestro favor. Los que ya están en el cielo interceden por los que están en la tierra para que tengan la gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida eterna.

Para aumentar las ventajas de esta fiesta litúrgica, la Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo por las intenciones del Papa entre el 1 y el 8 de noviembre, “podemos ayudarles obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados”. (CEC 1479)

Costumbres y tradiciones.

El altar de muertos

Es una costumbre mexicana relacionada con el ciclo agrícola tradicional. Los indígenas hacían una gran fiesta en la primera luna llena del mes de noviembre, para celebrar la terminación de la cosecha del maíz. Ellos creían que ese día los difuntos tenían autorización para regresar a la tierra, a celebrar y compartir con sus parientes vivos, los frutos de la madre tierra.

Para los aztecas la muerte no era el final de la vida, sino simplemente una transformación. Creían que las personas muertas se convertirían en colibríes, para volar acompañando al Sol, cuando los dioses decidieran que habían alcanzado cierto grado de perfección.

Mientras esto sucedía, los dioses se llevaban a los muertos a un lugar al que llamaban Mictlán, que significa “lugar de la muerte” o “residencia de los muertos” para purificarse y seguir su camino.

Los aztecas no enterraban a los muertos sino que los incineraban.
La viuda, la hermana o la madre, preparaba tortillas, frijoles y bebidas. Un sacerdote debía comprobar que no faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con un jade que simbolizaba su corazón.

Cada año, en la primera noche de luna llena en noviembre, los familiares visitaban la urna donde estaban las cenizas del difunto y ponían alrededor el tipo de comida que le gustaba en vida para atraerlo, pues ese día tenían permiso los difuntos para visitar a sus parientes que habían quedado en la tierra.

El difunto ese día se convertía en el "huésped ilustre" a quien había de festejarse y agasajarse de la forma más atenta. Ponían también flores de Cempazúchitl, que son de color anaranjado brillante, y las deshojaban formando con los pétalos un camino hasta el templo para guiar al difunto en su camino de regreso a Mictlán.

Los misioneros españoles al llegar a México aprovecharon esta costumbre, para comenzar la tarea de la evangelización a través de la oración por los difuntos.

La costumbre azteca la dejaron prácticamente intacta, pero le dieron un sentido cristiano: El día 2 de noviembre, se dedica a la oración por las almas de los difuntos. Se visita el cementerio y junto a la tumba se pone un altar en memoria del difunto, sobre el cual se ponen objetos que le pertenecían, con el objetivo de recordar al difunto con todas sus virtudes y defectos y hacer mejor la oración.

El altar se adorna con papel de colores picado con motivos alusivos a la muerte, con el sentido religioso de ver la muerte sin tristeza, pues es sólo el paso a una nueva vida.

Cada uno de los familiares lleva una ofrenda al difunto que se pone también sobre el altar. Estas ofrendas consisten en alimentos o cosas que le gustaban al difunto: dulce de calabaza, dulces de leche, pan, flores. Estas ofrendas simbolizan las oraciones y sacrificios que los parientes ofrecerán por la salvación del difunto.

Los aztecas fabricaban calaveras de barro o piedra y las ponían cerca del altar de muertos para tranquilizar al dios de la muerte. Los misioneros, en vez de prohibirles esta costumbre pagana, les enseñaron a fabricar calaveras de azúcar como símbolo de la dulzura de la muerte para el que ha sido fiel a Dios.

El camino de flores de cempazúchitl, ahora se dirige hacia una imágen de la Virgen María o de Jesucristo, con la finalidad de señalar al difunto el único camino para llegar al cielo.

El agua que se pone sobre el altar simboliza las oraciones que pueden calmar la sed de las ánimas del purgatorio y representa la fuente de la vida; la sal simboliza la resurrección de los cuerpos por ser un elemento que se utiliza para la conservación; el incienso tiene la función de alejar al demonio; las veladoras representan la fe, la esperanza y el amor eterno; el fuego simboliza la purificación.

Los primeros misioneros pedían a los indígenas que escribieran oraciones por los muertos en los que señalaran con claridad el tipo de gracias que ellos pedían para el muerto de acuerdo a los defectos o virtudes que hubiera demostrado a lo largo de su vida.

Estas oraciones se recitaban frente al altar y después se ponían encima de él. Con el tiempo esta costumbre fue cambiando y ahora se escriben versos llamados “calaveras” en los que, con ironía, picardía y gracia, hablan de la muerte.

La Ofrenda de Muertos contiene símbolos que representan los tres “estadios” de la Iglesia:

1) La Iglesia Purgante,
 conformada por todas las almas que se encuentran en el purgatorio, es decir aquéllas personas que no murieron en pecado mortal, pero que están purgando penas por las faltas cometidas hasta que puedan llegar al cielo. Se representa con las fotos de los difuntos, a los que se acostumbra colocar las diferentes bebidas y comidas que disfrutaban en vida.


2) La Iglesia Triunfante, que son todas las almas que ya gozan de la presencia de Dios en el Cielo, representada por estampas y figuras de santos.

3) La Iglesia Militante, que somos todos los que aún estamos en la tierra, y somos los que ponemos la ofrenda.
En algunos lugares de México, la celebración de los fieles difuntos consta de tres días: el primer día para los niños y las niñas; el segundo para los adultos; y el tercero lo dedican a quitar el altar y comer todo lo que hay en éste. A los adultos y a los niños se les pone diferente tipo de comida.

Cuida tu fe

Halloween o la noche de brujas: Halloween significa “Víspera santa” y se celebra el 31 de Octubre. Esta costumbre proviene de los celtas que vivieron en Francia, España y las Islas Británicas.

Ellos prendían hogueras la primera luna llena de Noviembre para ahuyentar a los espíritus e incluso algunos se disfrazaban de fantasmas o duendes para espantarlos haciéndoles creer que ellos también eran espíritus.

Podría distraernos de la oración del día de todos los santos y de los difuntos. Se ha convertido en una fiesta muy atractiva con disfraces, dulces, trucos, diversiones que nos llaman mucho la atención.

Puede llegar a pasar que se nos olvide lo realmente importante, es decir, el sentido espiritual de estos días.

Si quieres participar en el Halloween y pedir dulces, disfrazarte y divertirte, Cuídate de no caer en las prácticas anticristianas que esta tradición promueve y no se te olvide antes rezar por los muertos y a los santos.

Debemos vivir el verdadero sentido de la fiesta y no sólo quedarnos en la parte exterior. Aprovechar el festejo para crecer en nuestra vida espiritual.

Algo que no debes olvidar

La Iglesia ha querido instituir un día que se dedique especialmente a orar por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.

Los vivos podemos ofrecer obras de penitencia, oraciones, limosnas e indulgencias para que los difuntos alcancen la salvación.

La Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo entre el 1 y el 8 de noviembre, podemos abreviar el estado de purificación en el purgatorio.

Oración

Que las almas de los difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Así sea.
Novena de oración por nuestros difuntos