Hermana de San Benito, se consagró a Dios desde su más tierna edad. Mientras su hermano residió en Monte Casino, ella se hallaba en Plombariola, fundando y gobernando un monasterio.
Tenía la costumbre de visitar a San Benito una vez al año y como no estaba permitido que entrar al monasterio, él salía a su encuentro para llevarla a una casa de confianza, donde los hermanos pasaban la velada orando, cantando himnos de alabanza a Dios y discutiendo asuntos espirituales. Sobre la última visita, San Gregorio hace una notable descripción, en la cual, la santa presintiendo que no volvería ver más a su hermano, le rogó que no partiera esa noche sino al día siguiente, pero San Benito se sintió incapaz de romper las reglas de su monasterio.
Entonces, Santa Escolástica apeló a Dios con una ferviente oración para que interviniera en su ayuda, y acto seguido, estalló una fuerte tormenta que impidió que su hermano regresara al monasterio. Los dos santos pasaron la noche hablando de las cosas santas y de asuntos espirituales. Tres días después, la santa murió, y su hermano que se encontraba absorto en la oración tuvo la visión del alma de su hermana ascendiendo al cielo en forma de paloma.
Nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán. Al decretarse la suspensión del culto público, José tenía 13 años y 5 meses. Su hermano Miguel decidió tomar las armas para defender la causa de Cristo y de su Iglesia. José, viendo el valor de su hermano, pidió permiso a sus padres para alistarse como soldado; su madre trató de disuadirlo pero él le dijo: "Mamá, nunca había sido tan fácil ganarse el cielo como ahora, y no quiero perder la ocasión". Su madre le dio permiso, pero le pidió que escribiera al jefe de los Cristeros de Michoacán para ver si lo admitía. José escribió al jefe cristero y la respuesta fue negativa. No se desanimó y volvió a insistir pidiéndole que lo admitiera, si no como soldado activo, sí como un asistente.
Su fiesta se celebraba el 9 de febrero en el antiguo calendario litúrgico.
Según la tradición, los padres de Apolonia no tenían descendencia a pesar de sus constantes oraciones a sus dioses. Finalmente la futura madre le pidió a la Virgen Santísima que interceda por ellos. Cuando la joven Apolonia conoció las circunstancias de su nacimiento, se hizo cristiana.
Bakhita, que significa "afortunada", es el nombre que se le puso cuando fue secuestrada, ya que por la fuerte impresión, nunca llegó a recordar su verdadero nombre. Josefina es el nombre que recibió en el bautismo.
Su historia se encuentra en el libro de la Biblia que lleva su nombre.
Tobías es reconocido por ser fiel observante de la ley del verdadero Dios desde la juventud, a pesar de la idolatría en cayeron sus padres. Se casó con Ana y tuvo un hijo también llamado Tobías.
En Cesárea de Capadocia a fines del Siglo III, nació Dorotea, cuando Diocleciano, a nombre del Emperador Maximiano Galerio, regía los destinos del imperio romano.
Dorotea era cristiana, amaba y servía al verdadero Dios y le honraba con el ayuno y la oración Era muy atractiva, mansa, humilde, pero sobre todo, prudente y sabia. Quienes la conocían, se maravillaban de sus dones y glorificaban a Dios por su sierva. Por su amor perfecto a Cristo alcanzó la corona de la virginidad inmaculada y la palma del martirio.
La fama de la santidad de Dorotea llegó a oídos del perseguidor de los cristianos Saprizio, el Prefecto, quien mandó a apresarla para interrogarla.
Cuando se instaló el tribunal, trajeron a Dorotea quien, después de haber elevado su oración ante Dios, se mantuvo firme delante del Prefecto.
¿Cómo te llamas?” , le preguntó.
- “Mi nombre es Dorotea”, respondió la joven.
Saprizio dijo: “He mandado traerte para que ofrezcas sacrificios a los dioses inmortales, según la ley de nuestros augustos príncipes”.
Respondió Dorotea: “El Dios que está en el cielo es la augusta Majestad, sólo a Él sirvo: Adorarás al Señor, tu Dios y a él sólo servirás. Los dioses que no crearon el cielo y la tierra, perecerán de la tierra. Pues bien, a qué emperador debemos obedecer, al terrenal o al celestial, a Dios o a un hombre. Los emperadores son hombres mortales como lo fueron también estos dioses, de los cuales adoráis sus imágenes”.
Saprizio añadió: “Si quieres regresar sana y salva, cambia tu decisión y ofrece el sacrificio a los dioses, de lo contrario te haré castigar por las leyes más severas, para escarmiento de los demás”.
“Ante esto -replicó Dorotea- daré testimonio de temor de Dios, para que todos aprendan a temer a Dios y no a los hombres airados que, como criaturas irracionales o perros rabiosos, se lanzan contra los hombres inocentes, se agitan, se inquietan, ladran insolentes y los desgarran con mordeduras”.
Saprizio dijo. “Veo que estás resuelta a mantenerte firme en tu confesión inútil y quieres morir. Escúchame, y ofrece sacrificios para que escapes del “potro” (caballete de torturas.).
Esas torturas son pasajeras, pero los tormentos del infierno son eternos. Para escapar de la pena eterna, no temo estos sufrimientos, pues Jesús dijo: “No temáis los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma, temed más bien a Aquel que puede herir el cuerpo y el alma en el infierno” , dijo Dorotea.
Saprizio replicó: “Entonces teme a los dioses y ofréceles sacrificios, para evitar el castigo de su ira”. Pero ella dijo: “De ningún modo me convencerás, esos dioses son los espíritus de hombres vanos que vivieron torpemente y murieron como seres irracionales, porque no conocieron al Creador del cielo y de la tierra, del mar y de todas las cosas. Las almas de tus ídolos cuya imagen impresa en metales adoráis, arden en el fuego, donde también irán los que negaron al Creador”.
Saprizio se encendió en cólera y dijo a los verdugos: “Ponedla en el potro, atormentadla hasta que ofrezca el sacrificio a los dioses”.
La sierva de Dios inmutable y firme, le interpeló: “¿Qué esperas? Haz lo que debes hacer, así podré ver a Aquel por cuyo amor no temo la muerte ni los tormentos”. Saprizio añadió: “¿Pero, quién es Aquel que tu deseas?”.
“Cristo, el Hijo de Dios”, respondió Dorotea.
Saprizio sentenció: “Olvídate de esas pequeñeces, ofrece incienso a los dioses, cásate y disfruta en esta vida sino perecerás como tus padres”.
Conversión y martirio de Crista y Calixta
Después de esto, Saprizio llamó a dos hermanas Crista y Calixta quienes, poco antes habían apostatado y les ordenó: “Así como vosotras abandonasteis la vanidad y la superstición cristiana y ya adoráis a los dioses invictos, por lo cual os recompensé; ahora debéis inducir a Dorotea a renunciar de su necedad, os premiaré con mejores regalos”.
Llevaron a su casa a Dorotea y trataron de persuadirle: “Acepta lo que te dice el juez, y te librarás del peligro de las penas como nosotras. No desperdicies tu vida con los tormentos y la muerte”. Dorotea, con dulzura, les reprochó: “Oh, si escuchaseis mi consejo, os arrepentiríais de haber ido tras los dioses falsos, pero el Señor es bueno y misericordioso hacia quienes se convierten a Él de todo corazón”. Crista y Calixta se conmovieron: “Pero si ya hemos matado a Cristo en nuestro corazón, cómo lo resucitaremos?”.
Dijo Dorotea: “Pecado más grande es desesperar de la misericordia del Señor que ofrecer sacrificios a los ídolos. No desesperéis porque el Señor puede curar vuestras llagas. No hay llaga que El no pueda sanar. Es Salvador porque salva; es Redentor porque redime; liberador porque no cesa de liberar. Arrepentíos de corazón, tened fe y seréis perdonadas”.
Las dos mujeres se arrojaron a sus pies, bañadas en lágrimas y le suplicaron su intercesión para ofrecer a Dios su arrepentimiento y alcanzar el perdón. Dorotea elevó su oración conmovida por las lágrimas: “Oh Señor que has dicho, “No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.” Y “hay mayor fiesta en los cielos por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no han pecado”, muestra tu piedad hacia quienes el Demonio te había arrebatado. Vuelve a llamarlas a tu grey para que con su ejemplo, regresen a Ti todos los que se alejaron de tu amor”. Mientras así oraba, el Prefecto mandó traer a Crista y Calixta para averiguar si habían logrado replegar el ánimo de Dorotea.
Ellas respondieron: “Estábamos equivocadas, habíamos obrado inicuamente al ofrecer sacrificios a los dioses falsos por miedo a las penas y dolores pasajeros; pero ya nos hemos arrepentido para alcanzar el perdón de Dios”. Entonces Saprizio, se rasgó sus vestidos y ordenó furioso que las amarrasen juntas de espaldas y las pusieran en el suplicio de la copa, si no adoraban a los dioses, mas, ellas elevaron su oración: “Señor Jesús, acepta nuestro arrepentimiento y concédenos tu perdón.” Y repitiendo esta confesión fueron torturadas y quemadas vivas. Dorotea les animaba: “Id al cielo, con la certeza del perdón de vuestros pecados, sabed que habéis recuperado la palma del martirio que habías perdido. Viene a abrazaros el Padre, alegre por el hijo perdido y hallado”.
Muerte de Dorotea
Luego, Dorotea al ser torturada nuevamente, comprendió que había llegado por fin su anhelada aspiración. Subió feliz al tormento porque, aquellas almas que el Demonio había raptado de Dios, en ese momento, habían sido reconquistadas.
Dijo a Saprizio “En el cielo hay una gran fiesta; gozan los Angeles, se alegran los Arcángeles, exultan los Apóstoles, los Mártires y todos los Profetas. Apresúrate, haz pronto lo que debes hacer, para poder unirme a la alegría y gozo de los santos”.
Entonces Saprizio hizo aplicar en los costados de la joven, antorchas encendidas, y luego la hizo abofetearla hasta desfigurar la cara. Finalmente dictó la sentencia de muerte: “A Dorotea, joven muy soberbia que se negó a adorar a los dioses inmortales para salvar su vida y más bien, quiso resueltamente morir por no sé qué hombre que se llama Cristo, ordeno la pena de muerte a espada”.
Dorotea exclamó dichosa: “Te agradezco, oh Amado de las almas, porque me invitas a tu Paraíso y a las nupcias celestiales”.
Mientras salía del pretorio, Teófilo, el abogado de Saprizio, en forma irónica le dijo: “Oh tú, esposa de Cristo, mándame rosas y manzanas del paraíso de tu esposo.” Dorotea le respondió: “Sí, te las mandaré”.
Al llegar al lugar del suplicio, oró un instante, y se realizó el prodigio: apareció un niño con tres manzanas y tres rosas. Dorotea le ordenó: “Llévalas a Teófilo y dile: “He aquí, te mando del Paraíso lo que me has pedido”.
Enseguida, la joven fue degollada, y, circundada con la gloria del martirio, fue al encuentro de Cristo.
Conversión y muerte de Teófilo
Teófilo, aún estaba burlándose de la promesa de Dorotea, cuando en ese mismo instante apareció el niño con las manzanas y rosas: “He aquí, Dorotea desde el paraíso de su Esposo te manda estos dones”. Era el mes de Febrero.
Teófilo los tomó y exclamó en alta voz: “Cristo es el verdadero Dios, no hay en Él ningún engaño”.
Le dijeron los compañeros: “¿Te has vuelto loco”, Teófilo, o bromeas?; “No me he vuelto loco, ni intento bromear- dijo- tengo razones para creer en el verdadero Dios. Mirad, Capadocia está inmersa en un frío glacial, ningún arbusto está revestido de su verde follaje, de dónde creéis que vengan estas manzanas y rosas magníficas?”.
Bienaventurados los que creen en Cristo; los que sufren por su Nombre. Él es el verdadero Dios y quien cree en Él, es un verdadero sabio”.
Con estas palabras, los compañeros fueron ante el Magistrado: “Tu abogado Teófilo que luchó y persiguió a los cristianos hasta la muerte, está alabando y bendiciendo el nombre de no sé qué Jesucristo y muchos creen en su predicación”.
Teófilo confesó: “Alabo a Cristo a quien hasta hoy, he negado”. Le dijo el Magistrado: “Me sorprende que tú, hombre prudente, pronuncies ese nombre, si antes habías perseguido a cuantos lo nombraban”. Teófilo respondió: “Ahora creo que Él es el verdadero Dios porque me sacó del error y me condujo a la vía recta.”
Añadió el Magistrado: “Todos crecen en la sabiduría, los sabios llegan a ser más sabios; tú en cambio, de sabio te haces ignorante, llamas Dios a Aquel que fue crucificado por los judíos según dicen los cristianos”.
Dijo Teófilo: “He oído que fue crucificado y por esto, en mi error, creía que no fuese Dios, pero me arrepiento de mis pecados y blasfemias, y profeso que Cristo es Dios”.
Continuó el Magistrado “Y dónde y cómo te has hecho cristiano, si hasta hoy habías adorado a nuestros dioses?”. Contestó Teófilo: “Desde el momento en que he pronunciado el nombre de Cristo, he creído en Él, me he convertido en cristiano. Creo con todo mi corazón en Cristo inmortal, Hijo de Dios, predico su Nombre santo, inmaculado, en el cual no hay engaño como en tus dioses”. “¿Quieres decir que nuestros dioses son impostores?” preguntó Saprizio.
Teófilo dijo: “Mentiría si digo que no hay falsedad en estos simulacros que el hombre ha tallado de la madera, ha fundido del bronce, ha limado del hierro, ha modelado del plomo, custodiados por los mochuelos, entretejidos por las telas de araña en cuyas partes cóncavas hacen nidos los ratones. Como no te miento, es justo que tú aceptes la Verdad y te liberes de la falsedad. Y como tú juzgas a los mentirosos, es necesario que te liberes de la mentira y te conviertas a la verdad que es Cristo”.
El Magistrado dijo: “Infeliz Teófilo, quieres morir de una muerte execrable. Si persistes en tu necedad, ordenaré que te den una muerte con crueles suplicios ”.
Respondió Teófilo: “Yo deseo encontrar la verdadera vida. Ya he tomado esta decisión y estoy resuelto a ello.”
Cuando estuvo en el caballete de tormentos exclamó: “ahora soy verdadero cristiano porque estoy en la cruz. (la forma del potro era como una cruz) Gracias, Oh Cristo, porque me has concedido ser elevado en tu madero”.
Luego laceraron sus costados con garfios de hierro y los quemaron con antorchas encendidas. Antes de ser decapitado entregó su espíritu con esta oración: “Oh Cristo, Hijo de Dios, creo en Ti: inscríbeme en el número de tus santos”.
Un himno latino sumamente antiguo canta así: "Oh Águeda: tu corazón era tan fuerte que logró aguantar que el pecho fuera destrozado a machetazos y tu intercesión es tan poderosa, que los que te invocan cuando huyen al estallar el volcán Etna, se logran librar del fuego y de la lava ardiente, y los que te rezan, logran apagar el fuego de la concupiscencia.".
Águeda nación en Catania, Sicilia, al sur de Italia, hacia el año 230.
El 23 de abril de 1522 nacía en Florencia, Toscana-Italia, la futura santa Catalina aunque al ser bautizada le fue impuesto el nombre de Alejandra. Sus padres, que se llamaban Francisco y Catalina, eran buenos cristianos y pertenecientes más bien a la aristocracia de la ciudad. Poco después de nacer Alejandra, murió su madre y su padre contrajo segundas nupcias.
Cuando tenía diez años fue internada por su padre en el Monasterio de Monticelli donde estaba de religiosa su tía Luisa Ricci. Muy pronto quedaron profundamente admiradas las religiosas al descubrir las muchas y profundas virtudes que adornaban su alma.
A los trece años volvió a la casa paterna siguiendo casi la misma vida que llevara en el internado, pero al poco tiempo y con la aprobación paterna, ingreó al Convento de San Vicente de Prato y vistió el hábito de la Orden dominicana y al año siguiente emitió los votos religiosos con gran gozo de su alma y de todas las religiosas ya que todas sabían apreciar el gran regalo que les había hecho la Divina Providencia al enviarles esta perla de criatura.
Al poco tiempo de profesar sus votos, la santa enfermó gravemente, al punto de que su vida corría peligro. Los tormentos que azotaron su cuerpo por causa de la enfermedad, los ofrecía y soportaba con paciencia y humildad, y sobre todo meditando en la Pasión y Muerte de Jesucriso.
Recibió muchos dones y regalos del cielo: Revelaciones, gracias de profecía y milagros... Luces especiales en los más delicados asuntos de los que ella nada sabía. Por ello acudieron a consultarla Papas, cardenales y grandes de la tierra igual que personas sencillas y humildes. A todos atendía con gran bondad y humildad ya que se veía anonada por sus miserias y se sentía la más pecadora de los mortales. El 2 de febrero de 1590 expiró en el Señor.
Aunque esta fiesta del 2 de febrero
cae fuera del tiempo de navidad, es una parte integrante del relato
de navidad. Es una chispa de fuego de navidad, es una epifanía del
día cuadragésimo. Navidad, epifanía, presentación del Señor son tres
paneles de un tríptico litúrgico.
El día 2 de febrero se celebra y recuerda la presentación del Niño Jesús
al templo, llevando a alguna imagen del Niño Dios a presentar a la
iglesia o parroquia. También ese día, se recuerdan las palabras de
Simeón, llevando candelas (velas hechas de parafina pura) a bendecir,
las cuales simbolizan a Jesús como luz de todos los hombres. De aquí
viene el nombre de la "Fiesta de las candelas" o el "Día de la
Candelaria".
Cada 2 de febrero la Iglesia Universal celebra la Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, donde se realiza el encuentro con Simeón y Ana, que se entiende como el encuentro del Señor con su pueblo, y además se realiza la purificación ritual de la Virgen María.
En esa época cuando nacía el primogénito era llevado a los cuarenta días al Templo para su presentación, así como lo describe la Ley de Moisés, por eso desde el 25 de diciembre que se celebra el nacimiento del Verbo encarnado al 2 de febrero, José y María cumplieron con llevarlo a consagrar.
Al llegar al Templo, se encuentran con Simeón, a quien el Espíritu Santo prometió que no moriría sin antes ver al Salvador del mundo, y fue el mismo Espíritu quien le dijo al profeta que ese pequeño niño era el Redentor y Salvador de la humanidad.
También en este día se encontraba en el Templo la hija de Fanuel de la Tribu de Aser, de nombre Ana, de edad muy avanzada; Ana enviudó a los 7 años de haberse casado y permaneció así hasta los 84 años, y paraba día y noche en el Templo sirviendo a Dios y ofrecía ayunos y oraciones. Ana al ver al niño alababa aDios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Hoy 2 de febrero, la Iglesia celebra también, la XXVII Jornada de la Vida Consagrada:
«Caminando en esperanza»
«Caminando en esperanza». Este es el lema con el que la Iglesia celebra el 2 de febrero la Jornada de la Vida Consagrada, coincidiendo con la fiesta de la Presentación del Señor. «Un día especial para pararse a valorar y agradecer el don de la vida consagrada tal y como el Espíritu la va suscitando en la Iglesia de cada tiempo«, como destacan los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagradaen su mensaje para este día.
¿Cuál es el mensaje de los obispos?
«Cada mañana trae su propio camino» y «solo puede aventurarse en él sin extraviarse quien lo afronta bajo el signo de la esperanza en Jesús resucitado«. Con estas palabras los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada sintetizan el lema de ese año, «Caminado en esperanza», que también conecta con el Sínodo 2021-2024.
«Caminando -explican- es un gerundio que hace referencia a una acción continua y persistente, que no se cansa ni se detiene, que conlleva paciencia y tesón«. En esperanza,«indica un modo muy concreto de llevar adelante dicha acción a través de la virtud cristiana más necesaria para quien desea vivir en marcha y volcado hacia el futuro que hemos de construir todos los miembros de la Iglesia unidos».
La Jornada de este año invita a contemplar «el talante y el horizonte» delos que se consagran a Dios «caminando en esperanza» para «ser cada día apóstoles del reino, levadura en la masa, semilla en la tierra, sal en el guiso y candelero en lo alto».
«Dios, su desde, en y hacia dónde», «los hermanos, su con quién» y «los empobrecidos, su para qué».
Las personas consagradas tratan de confiar caminando en esperanza «aun cuando no tienen, como su maestro, dónde reclinar la cabeza» porque «Dios es su desde, en y hacia dónde». Tratan de compartir caminando en esperanza «aun cuando no llevan bastón ni alforja ni una capa o túnica de sobra» porque «los hermanos son su con quién». Y tratan de acompañar caminando en esperanza, «aun cuando no consiguen más que un par de monedas que echar en la ofrenda del templo» porque «los empobrecidos son su para qué».
«Un paso detrás de otro con «determinada determinación»«
«Para ir lejos -advierten los obispos- hay que dar un paso detrás de otro con «determinada determinación». Y hay que hacerlo cada día con ánimo esperanzado» siguiendo el ejemplo del anciano Simeón y la profetisa Ana que «supieron sembrar con paciencia y recoger con gratitud, servir calladamente y cantar de júbilo, esperar a que el Mesías se abriera camino hasta ellos y caminar compartiendo con todos la esperanza del Señor«.
En el espejo de Simeón y Ana «se mira hoy toda la vida consagrada, consciente del momento que vive y alentada por el deseo de sumarse al compás sinodal de la Iglesia «caminando en esperanza». Y en su figura se reconoce «el rostro de tantos consagrados y consagradas que caminan sinodalmente en esperanza».
«Demos gracias a Dios por la luz que nos llega a través de su vocación entregada y elevemos nuestra oración por la humanidad sufriente, para que llegue el día en que los ojos de todos contemplen a su Salvador», concluyen los obispos su mensaje.
Las numerosas «vidas» de santa Brígida escritas por sus compatriotas en los cuatro primeros siglos después de su muerte, no ofrecen material para una relación completa de su vida. Sin embargo, no cabe duda de que hay que contarla entre los santos más grandes y venerados, cuya virtud ha dado gloria a Irlanda y ayudado, al menos indirectamente, a la cristianización de Europa.
“Uno solo es mi deseo: que sean felices en el tiempo y en la eternidad”. Estas fueron las palabras de despedida -antes de ir al Cielo- que San Juan Bosco dejó escritas a sus hijos espirituales, en especial a los jóvenes, miembros de la familia salesiana. Giovanni Melchiorre Bosco, más conocido como Don Bosco, fue el fundador de diversas comunidades, agrupaciones e iniciativas que componen lo que se conoce como la Familia Salesiana. Fue declarado “padre y maestro de la juventud” por el Papa San Juan Pablo II el 24 de mayo de 1989.
Don Bosco nació el 16 de agosto de 1815 en I Becchi, Castelnuovo, Piemonte (Italia). Cuando tenía tan solo dos años, su padre murió, y fue su madre, la Sierva de Dios Margarita Occhiena, la que tendría que encargarse de él y sus hermanos.
A los nueve años, el pequeño Juan tuvo un sueño en el que vio una multitud de niños que peleaban entre ellos y blasfemaban. Él trató de hacerlos callar a golpes, pero de pronto apareció Jesús y le dijo que debía ganarse la confianza de los muchachos con mansedumbre y caridad. A continuación, el mismo Cristo le mostró a quien sería su maestra en esa tarea: la Virgen María. Entonces, la Madre de Dios -María Auxiliadora- le indicó que mire hacia donde estaban los muchachos. Lo que vio esta vez fue a un grupo de animales salvajes que empezaron a transformarse en mansos corderos. En ese momento, la Virgen le susurró estas palabras: “A su tiempo lo comprenderás todo”.
Poco a poco fue creciendo en Juan un gran interés por los estudios, así como el deseo de ser sacerdote. Juan soñaba con ayudar a esos niños abandonados que no iban a la escuela.
En la medida en que el joven Juan crecía en la vida espiritual, en esa medida aumentaba el deseo de aprender cosas para aconsejar a los pequeños. No obstante, para lograr realizar sus sueños, tuvo que pasar por momentos difíciles. A veces se veía obligado a estar lejos de casa por algún trabajo temporal, o a pasar largas horas desempeñando algún oficio. Sin embargo, eso que por momentos parecía penoso o duro, empezó a transformarse ante sus ojos. Juan estaba aprendiendo muchas cosas a través del trabajo. Sin saberlo, estaba aprendiendo las cosas que enseñaría en el futuro a sus muchachos, esas que ayudarían a que cada uno gane su sustento.
Inicialmente, Juan se sintió atraído por la vida de los franciscanos pero finalmente decidió ingresar al seminario diocesano de Chieri. En ese lugar conoció a San José Cafasso, quien le mostró las prisiones y los barrios pobres donde había muchos jóvenes necesitados.
Juan recibió el Orden Sacerdotal en 1841 y poco después abrió un oratorio para niños de la calle, bajo el patronazgo de San Francisco de Sales. El oratorio fue un éxito: se convirtió en lugar de encuentro, juego y oración para cientos de niños. Al principio, esta obra no contaba con un lugar propio y estable, hasta que Don Bosco encontró uno en el barrio periférico de Valdocco. Ese sería el inicio de una hermosa aventura: la del trabajo permanente por acompañar en la fe y formar humanamente a la niñez y la juventud. Don Bosco trabajó incansablemente en ese propósito, y no hubo enfermedad o cansancio que lo detuviese por mucho tiempo. Don Bosco había prometido dar hasta el último aliento por los jóvenes y eso fue lo que hizo.
Con el transcurso de los años, San Juan Bosco se entregó de lleno a consolidar y extender su obra. Brindó alojamiento a chicos abandonados, ofreció talleres de aprendizaje y, a pesar de sus limitaciones económicas, construyó una iglesia en honor a San Francisco de Sales, el santo de la amabilidad.
En 1859 fundó la Congregación Salesiana con un grupo de jóvenes entusiasmados con la misión que la Virgen le había trazado a Don Bosco, y que habían crecido inspirados por su carisma y fortaleza. Más adelante fundaría a las Hijas de María Auxiliadora junto a Santa María Mazzarello. Luego vendrían los Salesianos Cooperadores y otras organizaciones con las que compondría la gran Familia Salesiana. Con las donaciones de sus cooperadores, logró financiar la construcción de la Basílica de María Auxiliadora de Turín y la Basílica del Sagrado Corazón en la ciudad de Roma.
San Juan Bosco partió a la Casa del Padre el 31 de enero de 1888, día en que la Iglesia celebra su fiesta. Su vida fue una entrega total a Jesús y a la Virgen a través de sus queridos jóvenes. Y fue la demostración, en los hechos, de aquellas palabras que alguna vez dijo al más querido de sus alumnos, el pequeño Santo Domingo Savio: “Aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”.