¡DOS MUJERES AL SERVICIO DE LA
ESPERANZA Y DE LA VIDA!
Por Javier
Leoz
Faltaba María y,
en este cuarto domingo de adviento, la liturgia la instala como modelo delante
de nuestros ojos. Y, por si fuera poco, se pone en camino, cruza la montaña e
Isabel, ante la presencia de la que va a ser Madre de Jesús, siente como sus
entrañas se retuercen de gozo a la vez que, su voz, grita y proclama la bondad
del Señor.
1. - A pocos días
de la celebración de la Navidad, la Virgen, es una puerta abierta a la
esperanza. Por Ella, Cristo, aparecerá como la mejor lluvia desprendida de los
mismos cielos. La Virgen María, al final de este tiempo de adviento, es un
servicio a la espera de tantos hombres y mujeres que deseamos confiar e ir al
encuentro de Dios como Ella mismo confió y se lanzó. ¡Qué buena intuición
tuvieron Isabel y Juan! Una, al recibirla en su casa, proclama mil bondades de
Dios, piropea a la humilde nazarena y, el otro (aquel que gemía en el interior
de Isabel) brinca de gozo en su vientre. Reconocieron a la Madre del Señor. Las
obras que, el Señor, había realizado en aquella que se dignaba visitar a su
pariente. ¡Dichoso y bienaventurado reconocimiento!
-María, la mujer
creyente, también nos visita en estos días a nosotros. ¿Danzan por deleite
nuestras entrañas ante lo que vamos a celebrar en estos días?
-María, la mujer
que aguarda, se sitúa en camino, nada le detiene. ¿Qué nos paraliza y nos
impide vivir con profundidad y religiosidad estos días de la Navidad?
-María, llena de
Dios, ayuda a los que se encuentran en la misma condición que Ella. Lejos de
cerrarse en sí misma, disfruta abriéndose y siendo generosa con su prima Isabel.
¿Quién necesita, ante estas jornadas santas de la Navidad, una palabra de
nuestros labios; un gesto fraterno de nuestras manos o una sonrisa sincera de
nuestro rostro? ¿Somos conscientes que, sin caridad, no es auténtica nuestra
navidad? ¿Caemos en la cuenta que, una navidad sin apertura hacia los más
débiles o tristes, corre el peligro de quedarse en simple vanidad?
2. - Esperar con
María al Nacimiento del Redentor, implica el ser pregoneros del mucho amor que
Dios nos tiene. Conlleva ser altavoces de su presencia en una sociedad en la
que, los ruidos y las luces, nos impiden escuchar y ver la huella de Dios en
tantos momentos de la Navidad.
En cierta ocasión,
un enamorado que escuchó el “SI” de su amada, subió a lo más alto de un edificio
para gritar: ¡Soy feliz! ¡Me ama! Poco le importó “el qué dirán”, la altura de
los pisos o, incluso, las horas intempestivas en que se decidió a realizar tal
hazaña: el amor le tenía totalmente poseído, feliz, radiante. Ojala, que en
estas antevísperas de la Navidad, tengamos un poco el entusiasmo de enamorados
de Cristo. La valentía de María que, encontrándose en estado de buena esperanza,
no dudo en ser portadora del mismo Cristo por difíciles caminos y montañas que
separaban Nazaret del pueblo de su prima Santa Isabel. A nosotros, amigos, no se
nos pide tanto. No se nos exige cruzar desiertos o escalar riscos para dar razón
de lo qué creemos. Pero, eso sí, que no olvidemos que Dios continua encarnándose
y habitando en nosotros. Que nos necesita para ser sus pies, sus manos, sus ojos
y su voz para seguir renovando este viejo mundo con su amor y su paz.
3.- ¡Vaya par de
mujeres al servicio de la esperanza! Que, también nosotros, sepamos impregnarnos
un poco de este testimonio vivo y valiente de María y de Isabel. Que lejos de
ser tibios en nuestras expresiones religiosas, en nuestras manifestaciones
cristianas, hagamos creíble el mensaje de salvación acogiéndolo y dándolo a
conocer. ¡Benditos seamos, si así somos y lo hacemos! ¡Gracias, María!
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