31 de enero
Transcurre
el año 1887. El día 15 de abril el anciano sacerdote Juan Bosco, llamado Don
Bosco según la costumbre de Italia, celebra emocionado la Eucaristía en el
templo del Sagrado Corazón, en Roma, que había sido consagrado el día anterior.
Mientras lo hace, recuerda su vida pasada, y exclama: “¡Todo lo ha hecho ella!”.
María, la madre de Jesús, la auxiliadora de los cristianos, ha sido quien ha
realizado la obra educativa y social de Don Bosco.
Juan
Bosco había nacido el 16 de agosto de 1815 en un rincón del Piamonte conocido
por I Becchi, una casa de campo cercana al pueblo de Castelnuovo, en la comarca
de Asti. El Piamonte era todavía entonces un Reino independiente, en una Italia
que no estaba constituida como Estado; la capital era Turín. Eran aquellos
tiempos difíciles de posguerra. Los ejércitos franceses habían saqueado la
comarca durante aquellos últimos años en nombre de la libertad, la igualdad y
la fraternidad. Miseria, hambre y desesperación habían sido la herencia de la
ambición napoleónica sobre Europa.
Los
padres de Juan, Francisco Bosco y Margarita Occhiena, eran sencillos campesinos
que vivían de su trabajo, personas de fe, que confiaban en la Providencia
divina. A los dos ñaos murió el padre. Su madre, puesta su confianza en Dios,
afrontó valiente la situación, en un momento en que el hambre se apoderaba de
los pueblos y sus gentes morían por los caminos con la boca llena de hierba
inútil.
Mamá
Margarita fue la persona que más influyó en Juan Bosco. Mujer exigente y
afectuosa, dotada de una gran intuición pedagógica, educó a su hijo en el
trabajo, en el conocimiento de Dios y en la vivencia de su presencia amorosa y
providente. En medio de las terribles penurias, Margarita, viuda pobre con tres
hijos, elevaba sus ojos a Dios, con esperanza y agradecimiento. Este modo de
hacer confiado y emprendedor ante cualquier dificultad, fue decisivo para la
formación de Juan.
Él
tenía un temperamento espléndido, que miraba al mundo con ojos llenos de
sabiduría, y se dedicaba apasionadamente a todo lo que llamaba su atención. A
los nueve años tuvo un sueño que le marcó el resto de su vida. Se vio en medio
de un campo, cerca de casa, próximo a un agrupo de niños que juegan y se
divierten. Pero entre ellos hay algunos que se insultan y pelean. Juan intenta
calmarlos a base de gritos y golpes. De repente, aparece Jesús en forma de un
hombre atractivo que le dice: “No con golpes, sino con amor y paciencia los
harás tuyos y serán tus amigos, y podrás enseñarles a huir del pecado y a obrar
la virtud”. Lleno de confusión, Juan contesta que un chico ignorante como él es
incapaz de educar a aquellos mozalbetes. El hombre le indica la maestra que le
enseñará la obediencia y la adquisición de la ciencia verdadera: María, su
propia madre. Esta, a su vez, mostrándole al grupo de chicos le dice: “He aquí
tu campo de misión. Sé fuerte, humilde y robusto”. Juan, siempre en sueños,
rompe a llorar sin entender nada. Entonces María le coloca su mano sobre la
cabeza y le dice: “Cuando se la hora, lo entenderás todo”. Años después, ya
adulto, Don Bosco relacionará este sueño con su vocación educativa de la
juventud.
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