Celebramos el segundo domingo de Adviento. Tengamos el corazón bien dispuesto para acoger la Palabra de Dios en nuestra vida y vivamos la Eucaristía con la alegría que nos proporciona el encuentro con Jesús, con el que entramos en comunión.
En este II domingo de Adviento, el evangelista Marcos nos habla del comienzo de la Buena Noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios. Y al comienzo, lo que resuena no es la voz de Jesús, sino la voz de los profetas, cuya misión es roturar -arar como hacían nuestros antepasados con la tierra para preparar la cosecha-, la aridez de los corazones.
Jesús no llega al corazón de las personas de sopetón. Necesita precursores, alguien que le prepare el camino. Juan Bautista recoge las palabras de Isaías y predica y prepara...
"Una voz grita en el desierto". ¿Acaso nuestros oídos están taponados? ¿No oímos? O lo que es peor, ¿no hay respuesta?.
Pedía el Señor que se hablase al corazón de Jerusalén, al corazón del pueblo. Ese Jerusalén somos hoy nosotros, la Iglesia. ¿Quién es quien habla con profundidad al corazón? Jesús. Sus palabras fueron siempre de vida y de gracia y llegaban al corazón de la gente, especialmente a los que más sufrían.
Hablar al corazón, es decir palabras sinceras y sentidas, palabras vivas: la palabra que el hermano necesita y espera.
Es hablar desde la comprensión y la empatía (de percibir lo que el otro puede sentir). Es proyectar un haz de luz en la noche del que sufre. Es encender la esperanza. Es hablar desinteresadamente. Es hablar desde, y para el amor.
Hoy NO HABLAMOS AL CORAZÓN. Hablamos más al cerebro, para convencerle de nuestras ideas o ideologías. Hablamos a las pasiones, para despertarlas. Hablamos a los sentidos, para provocar en ellos necesidades y apetencias. Hablamos al bolsillo, para sacar el dinero, para obtener un beneficio. Pero… al corazón no llegan nuestras palabras.
Pensemos ahora en los medios de comunicación, pensemos en los discursos de los políticos, en los mensajes de todos esos famosos que deambulan por la vida social, en las enseñanzas de los educadores, en nuestros diálogos en familia o nuestras conversaciones cotidianas...
Hemos de confesar que la mayoría de las veces nuestros diálogos pecan de superficiales.
Hablemos, pues, al corazón: que los padres hablen al corazón de sus hijos; que los educadores hablen al corazón de sus alumnos; que los gobernantes hablen al corazón de su pueblo; que los artistas hablen al corazón del mundo.
"Preparad el camino al Señor..." cantamos y escuchamos repetidamente en este tiempo de Adviento. ¿Qué pasos ha de dar el hombre? ¿Qué caminos tiene que preparar? ¿Cómo ha de preparar su corazón?
Todos podemos dar pequeños pasos, que uno tras otro, son un gran trecho que podemos recorrer con la ayuda de Dios.
Preparar la Navidad no es llenar de espumillón y de flores de pascua nuestras casas, es "dar el cayo" por los demás. En la Iglesia lo hacemos de una forma organizada por medio de Cáritas y se condenan aquellos que menosprecian y no colaboran con esta gran labor; porque ser cristiano, amar a Dios a quien no vemos, es amar a los hermanos a quienes sí vemos y en quienes se refleja el rostro del auténtico Cristo sufriente.
Esta preparación de los caminos del Señor —de los que nos hablaba el Evangelio— es lo que llamamos conversión. Y todo conversión es un proceso que debemos recorrer en pequeños pasos.
Hoy la Palabra de Dios nos invita a convertirse o cambiar totalmente nuestra vida, a empezar a vivir de nuevo, a ser el hombre o la mujer nuevos: el de la fe, la esperanza y el amor en todas sus dimensiones.
El Dios que se nos hace presente, el Dios de las promesas y de la gracia, está y viene a nuestra vida. Pidamos hoy, con fe, que venga a nosotros su reino; que pase este mundo; que todo se renueve; que venga Jesucristo, nuestro Señor.
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