3 de diciembre de 2017

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO 2017



Iniciamos un nuevo ciclo litúrgico, el ciclo B, y con él, el tiempo de Adviento, tiempo de espera de la venida del Señor que nos aguarda en la cueva de Belén. En este primer domingo nos llaman la atención dos ideas: el deseo de Isaías, para que Dios venga y moldee nuestra vida con sus propias manos; y la insistencia de Jesús en el Evangelio de Marcos para vigilar nuestra vida ante su venida.

El profeta Isaías se dirige a Dios con gran ímpetu y deseo para expresarle unas palabras muy atrevidas: «Ojalá rasgases el cielo y bajases». Y es que el profeta le cuestiona a nuestro Padre por qué nos deja vagar fuera de sus caminos, siendo nosotros creaturas suyas. No olvidemos que Dios nos ha creado libres para que, cada cual, libremente, elija. Esta elección será la apropiada cuando decidamos acercarnos a Dios y queramos relacionarnos con Él. Entonces, nos daremos cuenta de nuestra debilidad, de nuestros límites humanos, de que nuestro barro necesita, una y otra vez, de la ayuda de Dios para ser renovado. Tener una relación con Dios implica aceptar su Palabra y vivirla. Así, nuestra arcilla, nuestro ser humano, llegará a ser una vasija llena de amor trasmitido por las manos de su alfarero.

Ante nuestro barro caído y destrozado, no nos cansemos de pedir en la oración a Dios que nos restaure, que nos vuelva hacer cada día de nuevo, para que brille su rostro sobre nosotros por medio de su Hijo Jesucristo, que es nuestro mediador y salvador. Nuestra tarea es mantenernos firmes, despiertos, vigilantes en nuestro camino diario. Estemos atentos a nuestros deseos, nuestras inclinaciones, para discernir si son de Dios. Tenemos un modelo perfecto de hombre, el Hijo de Dios, que está con nosotros en la Eucaristía, que se comparte con todos los que se acercan a Él. En este tiempo de Adviento, Jesús nos invita a velar; a estar despiertos; a orar incesantemente como lo hacía san Francisco Javier, patrono de las misiones, cuya festividad celebramos hoy. 

Comentario dominical por: Antonia Ruiz Caballero










 Mc 13, 33-37: “Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa”.
La cosa va de prestar atención, de estar en vela, de no dormirnos ante la visita tan importante que viene, especialmente en Adviento, a nuestras vidas. ¿Qué nos impide estar despiertos? ¿Qué imposibilita que encendamos la vela de la acogida, del amor, del compartir, de la alegría, de la esperanza? ¿Quién puede encender la mecha de nuestra alma?
Hasta que no nos pongamos en tesitura de ofrecernos al Padre, esa llama no prenderá. La oración nos ayudará, como instrumento privilegiado para ese necesario encuentro.
¡Ánimo! ¡Velad! ¡Encended la vela! Hasta que la gran estrella nos oriente.
Dibu: Patxi Velasco Fano
Texto: Fernando Cordero ss.cc.











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