2 de enero de 2018

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO 2017



Hoy, cuarto domingo de Adviento, concluyendo nuestro camino de espera, veremos que no hay mayor templo de Dios que el ser humano. Que el sí rotundo de María en el Evangelio nos interpele para que también nosotros seamos capaces de decir «hágase en mí según tu Palabra»

En esta semana última de Adviento, los textos litúrgicos nos han hablado de una larga historia que nos precede de hombres y mujeres que han esperado a Dios en medio de gozos y fatigas desesperanzas y esperanzas.
 Hoy en el Evangelio de Lucas lo esperado se hace realidad, se hace verdad. 
En un momento concreto de la historia, en un tiempo, el mes sexto, en una insignificante aldea, Nazaret, a una mujer sencilla, virgen desposada con un hombre llamado José, se le anuncia por un Ángel, en lo cotidiano de su vida, la noticia más importante de la humanidad, que Dios quiere hacerse hombre, y que Ella, será su madre. 
María toma en serio aquella voz, se esfuerza por comprenderla y en su respuesta estará nuestro destino
Ella se entregará sin saber del todo lo que va a significar en su vida, confía y se abre a la acción del Espíritu, mostrándonos con ello lo que significa la fe, desde su libertad le abre la posibilidad a Dios y con su «hágase en mí», Él se hará carne de su carne.
Su «sí» es dado desde la fe más que desde el conocimiento, su sí es el de una humilde mujer que confía en su palabra. 
a desde el principio nos muestra Dios cómo es su proceder, escogiendo primero a los sencillos porque son ellos los que mejor entienden sus caminos. No buscando lo espectacular, sino lo oculto, haciéndose presente en espacios sagrados de silencio e intimidad que son los lugares de cada día, allí donde se cuecen nuestros afanes y actuando sin forzar, porque Dios nunca fuerza nada, respetando la libertad humana.
Hoy, en el umbral de la Navidad, nos encontramos ante este Misterio profundo del Dios que se encarna, necesitamos acercarnos con ojos de contemplación, y aprender de María de Nazaret para escuchar también nosotros el mensaje del ángel que ella recibió, y hacerlo nuestro. 
Silenciarse, sorprenderse, haciendo posible de nuevo a Dios en nuestra vida. 
Somos agraciados, alegrémonos, la humanidad no esta abandonada porque ella, desde su pobreza y por su fe dijo «sí», y el Señor habitó entre nosotros.

Por Montse González Díaz-Santos



















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