Hoy, cuarto domingo de Adviento, concluyendo
nuestro camino de espera, veremos que no
hay mayor templo de Dios que el ser humano. Que
el sí rotundo de María en el Evangelio nos interpele
para que también nosotros seamos capaces de decir
«hágase en mí según tu Palabra»
En esta semana última de
Adviento, los textos litúrgicos
nos han hablado de una
larga historia que nos precede
de hombres y mujeres que han
esperado a Dios en medio de gozos
y fatigas desesperanzas y esperanzas.
Hoy en el Evangelio de Lucas lo
esperado se hace realidad, se hace
verdad.
En un momento concreto de la
historia, en un tiempo, el mes sexto,
en una insignificante aldea, Nazaret,
a una mujer sencilla, virgen desposada
con un hombre llamado José, se
le anuncia por un Ángel, en lo cotidiano
de su vida, la noticia más importante
de la humanidad, que Dios
quiere hacerse hombre, y que Ella,
será su madre.
María toma en serio aquella voz,
se esfuerza por comprenderla y en su
respuesta estará nuestro destino
Ella se entregará sin saber del
todo lo que va a significar en su vida,
confía y se abre a la acción del Espíritu, mostrándonos con ello lo que
significa la fe, desde su libertad le
abre la posibilidad a Dios y con su
«hágase en mí», Él se hará carne de
su carne.
Su «sí» es dado desde la fe más
que desde el conocimiento, su sí es el
de una humilde mujer que confía en
su palabra.
a desde el principio nos muestra
Dios cómo es su proceder, escogiendo
primero a los sencillos porque son
ellos los que mejor entienden sus caminos.
No buscando lo espectacular,
sino lo oculto, haciéndose presente
en espacios sagrados de silencio e intimidad
que son los lugares de cada
día, allí donde se cuecen nuestros
afanes y actuando sin forzar, porque
Dios nunca fuerza nada, respetando
la libertad humana.
Hoy, en el umbral de la Navidad,
nos encontramos ante este Misterio
profundo del Dios que se encarna,
necesitamos acercarnos con ojos de
contemplación, y aprender de María
de Nazaret para escuchar también
nosotros el mensaje del ángel que
ella recibió, y hacerlo nuestro.
Silenciarse, sorprenderse, haciendo
posible de nuevo a Dios en nuestra vida.
Somos agraciados, alegrémonos,
la humanidad no esta abandonada
porque ella, desde su pobreza y por
su fe dijo «sí», y el Señor habitó entre
nosotros.
Por Montse González Díaz-Santos


No hay comentarios:
Publicar un comentario