Celebremos el Tiempo Ordinario
Presencia del Señor en el camino de la Iglesia
El Tiempo Ordinario comienza el lunes que sigue al Bautismo del Señor.
a. Origen y significado.
El tiempo ordinario tiene su origen en el domingo, en la celebración de la “Pascua” que se repetía semana tras semanas (cf. Hch 20,7). Poco a poco se han ido incorporando en la liturgia de la Iglesia los diferentes tiempos fuertes que hacen hincapié en algún misterio concreto de Cristo (Navidad o Pascua) o nos sirven como preparación de estos (Adviento y Cuaresma). Sin embargo, el Tiempo Ordinario o, más propiamente, tiempo durante el año, es una de las partes del año litúrgico En él se desarrolla el misterio pascual de un modo progresivo y profundo; y, si cabe, con mayor naturalidad aún que otros tiempos litúrgicos, cuyo contenido está a veces demasiado polarizado por una temática muy concreta. Para la mistagogia de los bautizados y confirmados que acuden cada domingo a celebrar la eucaristía, el tiempo ordinario significa un programa continuado de penetración en el misterio de salvación siguiendo la existencia humana de Jesús a través de los evangelios, contenido principal y esencial de la l celebración litúrgica de la iglesia.
El valor del tiempo ordinario consiste en formar con sus treinta y cuatro semanas un continuo celebrativo a partir del episodio del bautismo del Señor, para recorrer paso a paso la vida de la salvación revelada en la existencia de Jesús. Cada domingo tiene valor propio. Se convierte, así, en un camino cotidiano y sencillo; en el que aprendemos de Jesús y compartimos con él las pequeñas cosas de nuestra propia vida.
b. Características y peculiaridades de este tiempo.
El tiempo ordinario se divide en dos partes:
1ª) Desde la Fiesta del Bautismo del Señor hasta el Miércoles de Ceniza
2ª) Desde Pentecostés hasta el I Domingo de Adviento
2ª) Desde Pentecostés hasta el I Domingo de Adviento
Esto supone que de las 52 semanas del año, 34 discurren en el tiempo ordinario. Y de estas, 6 en la primera parte y 28 en la segunda. Pero más allá de los número debemos destacar la conexión del Tiempo Ordinario con los primeros pasos de las comunidades cristianas que se reunían cada semana para compartir la Palabra y el Pan; es decir, no se celebran grandes acontecimientos sino la cotidianidad de alimentarse con la Palabra y con el Cuerpo de Cristo.
En este sentido, el Evangelio proclamado en cada celebración dominical durante el tiempo ordinario se convierte en el punto de referencia; no porque en otros tiempos no lo sea, sino porque durante todo el tiempo ordinario se hace una lectura continuada de los evangelios sinópticos: Mateo (ciclo A), Marcos (ciclo B), Lucas (ciclo C). El Evangelio de Juan viene representado con el capítulo 6 en el ciclo A. De este modo vamos leyendo las escenas del evangelio por el orden que el evangelista ha dispuesto; y, así, la cotidianidad de Jesús se hace una con la nuestra.
Otra característica muy visible de este tiempo es el color verde de los ornamentos sagrados; aunque no tiene un origen muy definido podría evocarnos la esperanza, la naturaleza, la paz…
c. Fiestas que preceden a los domingos del Tiempo Ordinario.
El ritmo de los domingos del tiempo ordinario es importante mantenerlo; sin embargo, a veces hay fiestas que tienen suficiente entidad como para pasar por delante del ritmo dominical. Por ello hay días que cambiamos el color verde de la cotidianidad por el correspondiente de la fiesta que celebremos, que pueden ser de tres tipos:
1º) La solemnidad de Jesucristo Rey del Universo (Cristo Rey). El año litúrgico siempre finaliza con esta celebración en el último domingo del tiempo ordinario (XXXIV).
2º) Solemnidades de la Santísima Trinidad y del Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi). Son los domingo consecutivos a Pentecostés.
3º) Fiestas del Señor o de los Santos que se consideran bastante importantes como para celebrarse en lugar del domingo que corresponda: Presentación del Señor (Candelaria), San Juan, San Pedro y San Pablo, Transfiguración del Señor, Asunción de María, Exaltación de la Santa Cruz, Todos los Santos, Fieles Difuntos, Dedicación de la Basílica de Letrán, el Apóstol Santiago o las fiestas del patrón del pueblo o ciudad.
2º) Solemnidades de la Santísima Trinidad y del Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi). Son los domingo consecutivos a Pentecostés.
3º) Fiestas del Señor o de los Santos que se consideran bastante importantes como para celebrarse en lugar del domingo que corresponda: Presentación del Señor (Candelaria), San Juan, San Pedro y San Pablo, Transfiguración del Señor, Asunción de María, Exaltación de la Santa Cruz, Todos los Santos, Fieles Difuntos, Dedicación de la Basílica de Letrán, el Apóstol Santiago o las fiestas del patrón del pueblo o ciudad.
d. ¿Un repertorio musical para todo el Año?
En la actualidad, parece que los cancioneros más utilizados son: El Cantoral Litúrgico Nacional (CEE) y el Cantoral de Misa Dominical (CPL) en castellano; Cantoral Litúrxico Galego (vol. I y vol II) en gallego; el Graduale Romanum y el Graduale Simplex que –aún siendo los más completos– no suelen ser muy utilizados, posiblemente por estar estar en latín.
Ante un repertorio tan amplio y variado debemos realizar una correcta administración del mismo. Estos repertorios suelen estar ordenados por el “orden de aparición”: Entrada, Señor ten piedad, Gloria, Aleluya… para luego dejar pequeños grupos de cantos por tiempos litúrgicos, fiestas del Señor, etc. Olvidándose de la división principal que nos propone el cantoral oficial de la Iglesia (Graduale): Ordinario (Kyriale, en el que cada misa se corresponde con un tiempo litúrgico o con fiestas concretas: apóstoles, virgen María, etc.) y Propio (dividiendo los domingo por tiempos litúrgicos y las fiestas y solemnidades cronológicamente). De este modo, nunca se interpretan los mismos cantos en una fiesta y en una misa de diario; dándole a la música un valor mistagógico.
Por otra parte, la lectura continuada de los evangelios en las celebraciones dominicales durante el tiempo ordinario debe notarse también en el canto litúrgico. El canto de comunión, por ejemplo, puede (debe) hacer referencia al contenido del Evangelio; ayudará, sin duda, a fortalecer la unidad entre la liturgia de la Palabra y la liturgia Eucarística; y para ello no puede ayudar conocer las antífonas de comunión propuestas por el Misal Romano para cada misa dominical.
Todo esto no nos debe asustar sino motivarnos a consolidar los criterios necesarios para seleccionar un repertorio apropiado, es más, teniendo criterio litúrgico-musical podremos colaborar para que la comunidad que celebra lo haga con mayor intensidad.
Fuente: www.liturxia.com
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