Miquel Argemir i Mitjà (1591-1626) nació en Vic, un
municipio de Barcelona. Fue el séptimo de los ocho hermanos de una familia
cristiana. Cuentan sobre él que dormía bajo su cama y que utilizaba una piedra
como almohada.
Siendo muy joven, Miquel siente la llamada de Dios y
decide emprender una vida como ermitaño, refugiándose en el Macizo del Montseny.
Y, con sólo doce años, es admitido como monaguillo en los trinitarios calzados
de Barcelona, provocando la sorpresa entre los religiosos debido a su fervor y
devoción hacia el sacramento de la Eucaristía.
Su maestro de novicios, ya en el convento de San
Lamberto, llegó a afirmar sobre él cuando tenía quince años que "Fray
Miguel era de una humildad profundísima, tenía una especial diligencia para
hacer los servicios más modestos y para prestar la ayuda en lo más
pequeño".
Por ello, un tiempo después recibió el hábito descalzo,
emitiendo los votos y tomando el nombre de Miguel de los Santos. Se trasladó a
Salamanca y estudió Teología. De hecho, se cuenta que obró un milagro. Ante la
presencia del maestro Antolínez, Miguel dio un grito y se elevó a una altura de
un metro sobre el suelo, con los brazos en cruz y la mirada perdida.
Las conversiones que consiguió durante sus predicaciones
le valieron para ser ordenado sacerdote. Preparaba sus sermones pasando tres días
en oración a los pies de un crucificado. Con frecuencia y mientras celebraba el
acto litúrgico, el milagro de Salamanca volvía a repetirse ante la mirada de su
público. Por ello, se ganó el apodo de El extático. El santo reflejó sus
experiencias místicas en su obra La tranquilidad del alma.
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