Teresa de Jesús de Los Andes (Juanita Fernández Solar) es la primera
chilena y la primera carmelita americana que ha alcanzado el honor de los
altares. Nació en Santiago de Chile el 13 de julio de 1900, en el seno de una
familia acomodada, muy cristiana.
Desde los 6 años asistía con su madre casi a diario a la santa misa y
suspiraba por la comunión, que recibió por primera vez el 1 de septiembre de
1910. Desde entonces procuraba comulgar diariamente y pasar largo rato en
diálogo amistoso con Jesús.
También desde su niñez vivió una intensa vida mariana, que fue uno de los
grandes cimientos de su vida espiritual. El conocimiento y amor de la Madre de
Dios vivificó y sostuvo todos los momentos de su camino en el seguimiento de
Cristo.
Hizo sus estudios en el colegio del Sagrado Corazón. Profundamente afectiva, se creía incapaz de vivir separada de los suyos. Sin embargo, asumió generosamente la prueba de estudiar en régimen de internado los tres últimos cursos, como entrenamiento para la separación definitiva, que se consumaría el 7 de mayo de 1919, ingresando en las Carmelitas Descalzas de Los Andes.
Se había sentido llamada al Carmelo a los 14 años. Y, mediante la lectura
de los santos carmelitas y la frecuente correspondencia con la priora de Los
Andes, fue preparándose, de suerte que es admirable la clarividencia con que,
desde sus 17 años, expone el ideal de la carmelita y el ardor con que defiende
su vida contemplativa. Ella la abrazó ilusionada por verdadero amor al mundo;
para serle más útil como testigo de la dimensión espiritual del hombre, y para
contribuir con su sacrificio a que la sangre de Cristo se derrame sobre la
humanidad y la purifique.
No alcanzando a vivir ni un año entero en el convento, murió el 12 de abril de 1920. Las religiosas aseguraban que al entrar ya era santa. De modo que, en tan corto tiempo, pudo consumar la carrera a la santidad que había iniciado muy en serio mucho antes de su primera comunión: “Cristo, ese loco de amor, me ha vuelto loca”, decía.
Estaba siempre dispuesta a servir y a sacrificarse por los demás, sobre
todo para que reinaran la alegría y la felicidad, para hacer amable y atractiva
la virtud. Su vida fue enteramente normal y equilibrada.
Alcanzó una envidiable madurez integrando en la más armoniosa síntesis lo
divino y lo humano: oración, estudios, deberes hogareños... y deporte -al que
era muy aficionada- destacando en natación y equitación.
Su santuario, visitado por más de cien mil peregrinos cada mes, se ha
convertido en uno de los centros espirituales más concurridos de Chile.
Fue beatificada por el Papa Juan Pablo II en Santiago de Chile el 3 de
abril de 1987, y canonizada en la basílica de San Pedro el domingo 21 de marzo
de 1993.
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