La iconografía de la Virgen de la Luz tiene su origen en
la ciudad de Palermo (Italia) sobre el años 1722, cuando una monja visionó una
imagen de la Virgen María evitando caer en las fauces de un monstruo maligno,
mientras sostiene su alma.
La imagen de esta visión plasmada por un pintor sobre
esas fechas de 1722, fue conservada en la ciudad de Palermo hasta 1732, cuando
fue sorteada por el padre José Genovesa para el traslado a alguna fundación
reciente de la Compañía de Jesús, siendo en suerte trasladada el 2 de julio de
1732 a la iglesia jesuita de León en Guanajuato (México), que desde el año 2005
es denominada Basílica-Catedral Metropolitana de Nuestra Madre Santísima de la
Luz. A partir de entonces, los jesuitas fueron quienes difundieron su culto por
el continente americano.
La representación de la Virgen de la Luz es aquella donde
muestra a la Virgen María evitando caer en las fauces de un monstruo maligno,
mientras sostiene su alma y al Niño Jesús.
La Virgen María aparece vestida con túnica blanca y su
manto azul (semejante al de la iconografía de la Inmaculada Concepción), que
simbolizan su pureza y castidad, sobre un fondo de color amarillo dorado.
En los brazos sostiene con su mano derecha la figura de
un alma, y con su brazo izquierdo al Niño Jesús, el cual escoge un par de
corazones ardientes que un ángel porta y le ofrece en una cesta. Los corazones
ardientes simbolizan la caridad y el amor a Dios.
Sobre la cabeza de la Virgen María están un par de
ángeles que la coronan como reina del cielo, mientras que a sus pies, le espera
un monstruo (Leviatán) con sus fauces abiertas. La figura de Leviatán fue
censurada desde 1760 por la Iglesia Católica Romana y fueron sustituidas por
unas llamas que aludían al purgatorio, o unas nubes oscuras que simbolizan al
pecado.
“La oración y la acción de gracias son lo que más agrada a Dios"
San Justino nació alrededor del año 100, en la antigua Siquem, en Samaria (ciudad que en su tiempo se llamaba Naplus). Sus padres eran paganos, de origen griego, y le dieron una excelente educación, instruyéndolo lo mejor posible en filosofía, literatura e historia.
En sus libros, sobre todo "Diálogo con el Judío Tifón" nos cuenta que tuvo un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad,luego del cual, llegó a la fe cristiana. Fundó una escuela en Roma, donde enseñaba gratuitamente a los alumnos en la nueva religión, considerada como la verdadera filosofía. En ella, de hecho, había encontrado la verdad y por tanto el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y fue decapitado en torno al año 165, bajo el reino de Marco Aurelio, el emperador filósofo a quien Justino había dirigido su «Apología».
Justino y su obras demuestran cómo la Iglesia celebraba el culto desde sus inicios. Las actas que se conservan acerca del martirio de Justino son uno de los documentos más impresionantes que se conservan de la antigüedad. Justino es llevado ante el alcalde de Roma, y empieza entre los dos un diálogo emocionante:
Alcalde. ¿Cuál es su especialidad? ¿En qué se ha especializado?
Justino. Durante mis primero treinta años me dediqué a estudiar filosofía, historia y literatura. Pero cuando conocí la doctrina de Jesucristo me dediqué por completo a tratar de convencer a otros de que el cristianismo es la mejor religión.
Alcalde. Loco debe de estar para seguir semejante religión, siendo Ud. tan sabio.
Justino. Ignorante fui cuando no conocía esta santa religión. Pero el cristianismo me ha proporcionado la verdad que no había encontrado en ninguna otra religión.
Alcalde. ¿Y qué es lo que enseña esa religión?
Justino. La religión cristiana enseña que hay uno solo Dios y Padre de todos nosotros, que ha creado los cielos y la tierra y todo lo que existe. Y que su Hijo Jesucristo, Dios como el Padre, se ha hecho hombre por salvarnos a todos. Nuestra religión enseña que Dios está en todas partes observando a los buenos y a los malos y que pagará a cada uno según haya sido su conducta.
Alcalde. ¿Y Usted persiste en declarar públicamente que es cristiano?
Justino. Sí declaro públicamente que soy un seguidor de Jesucristo y quiero serlo hasta la muerte.
El alcalde pregunta luego a los amigos de Justino si ellos también se declaran cristianos y todos proclaman que sí, que prefieren morir antes que dejar de ser amigos de Cristo.
Alcalde. Y si yo lo mando torturar y ordeno que le corten la cabeza, Ud. que es tan elocuente y tan instruido ¿cree que se irá al cielo?
Justino. No solamente lo creo, sino que estoy totalmente seguro de que si muero por Cristo y cumplo sus mandamientos tendré la Vida Eterna y gozaré para siempre en el cielo.
Alcalde. Por última vez le mando: acérquese y ofrezca incienso a los dioses. Y si no lo hace lo mandaré a torturar atrozmente y haré que le corten la cabeza.
Justino. Ningún cristiano que sea prudente va a cometer el tremendo error de dejar su santa religión por quemar incienso a falsos dioses. Nada más honroso para mí y para mis compañeros, y nada que más deseemos, que ofrecer nuestra vida en sacrificio por proclamar el amor que sentimos por Nuestro Señor Jesucristo.
Los otros cristianos gritaron que ellos estaban totalmente de acuerdo con lo que Justino acababa de decir.
Justino y sus compañeros, cinco hombres y una mujer, fueron azotados cruelmente, y luego les cortaron la cabeza.
Y el antiguo documento termina con estas palabras: "Algunos fieles recogieron en secreto los cadáveres de los siete mártires, y les dieron sepultura, y se alegraron que les hubiera concedido tanto valor, Nuestro Señor Jesucristo a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amen".
Recurso sobre San Justino:
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