Antonio Fernández Ortiz
Pascual Marín González
Hay algunos días señalados del año tradicionalmente
religioso
cuyo sentido original va más allá del mero recuerdo del
santo o de la
celebración religiosa concreta. Este sentido se remonta a
los más
oscuros orígenes de la humanidad, a un tiempo mágico, a
un saber
perdido que nos habla de la interrelación del hombre y
del cosmos, de
la tierra y del cielo, de lo material y de lo espiritual.
Según la tradición cristiana, San Antón ó San Antonio
Abad, ó
Magno, nació en Koma (Alto Egipto, 251-356). Fue el
primer anacoreta
cristiano y es considerado como el patriarca de la vida
monástica.
Padeció en el desierto fuertes tentaciones del demonio.
Su
fiesta se celebra el 17 de enero, y sus restos se veneran
desde el siglo
XV en St. Julián de Arlès. La iconografía popular lo
representa como
un viejo con una larga barba blanca, apoyado en un bastón
en forma
de muleta, con una esquila atada y con uno o más cerdos a
los pies.
En el desarrollo del culto popular tributado a San Antón
es
necesario individualizarlo en dos aspectos diferentes:
uno relacionado
con el fuego y las propiedades curativas a él atribuidas,
y otro que
pone el acento en la función tutelar del santo con
respecto a los
animales.
Probablemente, uno de los factores del desarrollo en
Occidente
del culto popular a San Antón se deba a la creencia de
sus virtudes
curativas sobre el Herpes-Zoster, también llamado fuego
sagrado ó
fuego de San Antón, enfermedad que afecta a las células
nerviosas y
se manifiesta con fenómenos epidémicos localizados por
todo el
sistema nervioso. También suele ser invocado contra la
peste, el
escorbuto y otras enfermedades que tienen manifestaciones
análogas
al fuego de San Antón. Tal vez, con este aspecto tenga
relación la
costumbre de levantar grandes piras de leña a las que se
prende
fuego la noche del 17 de enero: la hoguera de San Antón.
En Cieza la
lumbre de San Antón.
Alrededor de las lumbres, levantadas en las plazuelas y
en las
esquinas de nuestro pueblo se forman corros o círculos de
personas
unidas por las manos, que giran en torno a la hoguera al
tiempo que
se cantan viejas canciones populares, como aquella de: la
lumbre de
San Antón, que salga la vieja del rincón… llamando a los
ancianos
guarecidos del frío invernal al calor protector del
fuego; ó también,
cantando en un tono festivo la coplilla de: Antón, Antón,
Antón pirulero/
cada cual/ cada cual/ aprenda su juego/ y el que no lo
aprenda/ pagará una prenda.
El corro es figura fundamental en todos los festivales
conmemorativos del paso de las estaciones, mágicos
rituales en los
que se adoraba al Sol y a la Luna, círculo protector
dibujado en las
cavernas paleolíticas, en el que los participantes
tomados de las
manos, daban vueltas imitando el movimiento de los
astros.
Posteriormente cuando las llaman bajan y sólo quedan las
brasas, los
más atrevidos saltan sobre ellas haciendo alarde de su
hombría, todo
ello acompañado de petardos, carretillas borrachas y
demás fuegos de
artificio de poca monta. Toda esta relación con el fuego
puede tener
conexión con una supervivencia del culto pagano tributado
a
Prometeo, que era, entre los griegos, una divinidad del
fuego,
venerada en Atenas y Tebas.
En cuanto a la función tutelar sobre los animales, ésta
se centra
principalmente en el cerdo, extendiéndose también al
resto de
animales domésticos. En muchos lugares de España, el 17
de enero se
celebra una cabalgata en la que aparecen muchos animales que son
bendecidos
en las iglesias. El origen de esta protección puede ser
la fundación en
el siglo XI en Vienne, Francia, de la Orden Hospitalaria
de los
Antonianos, para atender un hospital allí fundado, al
cual aseguraban
su subsistencia unos cerdos que los religiosos criaban
vagabundeando por las calles y alimentados por los
vecinos. Es
posible que debido a esta ocupación de los Antonianos, se
pusiera
bajo la protección de San Antón primero a los cerdos y
luego, por
extensión, a todos los restantes animales domésticos.
Según otra tradición popular, el cerdo se consideraba la
imagen
del diablo que tentaba a San Antón en el desierto, y que
vencido por
éste, fue condenado por Dios a seguir al santo bajo esta
forma.
Como curiosidad reseñaremos, que San Antón es además
protector de muchas actividades, aparte de la crianza de
animales.
Guanteros, tejedores y esquiladores se pusieron bajo su
tutela. Lo
mismo los carniceros y los tocineros. Los cesteros se
pusieron bajo su
tutela porque el santo se dedicaba en el desierto a
fabricar cestos para
combatir el ocio, mientras que los sepultureros se
pusieron también
bajo su tutela apoyándose en el hecho de que San Antón
preparó la
sepultura del eremita Pablo.
REFRANERO
- Por San Antón, crece el día un pasico de ratón.
- Las cinco dan ya con el sol del día de San Antón.
- San Antón da cueros al lechón, que éstos ya comidos
son.
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