22 de marzo de 2020

IV DOMINGO DE CUARESMA 2020 - CICLO A





El IV Domingo de Cuaresma nos invita a contemplar el relato del ciego de nacimiento. “Ver” y “creer” son para el evangelio según San Juan, y para toda vida cristiana, condiciones esenciales para el seguimiento de Jesús y el discipulado. En consecuencia, el primer desafío será aprender a ver la realidad, la historia y la persona como las ve Dios, ya que “el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón” (1Sam 16,7). El segundo desafío será aprender a no perder la fe en la realidad, la historia y la persona, comprometiéndose con ellas, es decir, viviendo “como hijos de la luz” (cf. Ef 5,8).






Lectura del santo evangelio según san Juan (9,1-41):

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían: «El mismo.»
Otros decían: «No es él, pero se le parece.»
Él respondía: «Soy yo.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó: «Que es un profeta.»
Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.
Palabra del Señor
Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Jn (9,1-41)

OJOS NUEVOS



El relato del ciego de Siloé está estructurado desde la clave de un fuerte contraste. Los fariseos creen saberlo todo. No dudan de nada. Imponen su verdad. Llegan incluso a expulsar de la sinagoga al pobre ciego: «Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios». «Sabemos que ese hombre que te ha curado no guarda el sábado». «Sabemos que es pecador».
Por el contrario, el mendigo curado por Jesús no sabe nada. Solo cuenta su experiencia a quien le quiera escuchar: «Solo sé que yo era ciego y ahora veo». «Ese hombre me trabajó los ojos y empecé a ver». El relato concluye con esta advertencia final de Jesús: «Yo he venido para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos».
A Jesús le da miedo una religión defendida por escribas seguros y arrogantes, que manejan autoritariamente la Palabra de Dios para imponerla, utilizarla como arma o incluso excomulgar a quienes sienten de manera diferente. Teme a los doctores de la ley, más preocupados por «guardar el sábado» que por «curar» a mendigos enfermos. Le parece una tragedia una religión con «guías ciegos» y lo dice abiertamente: «Si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán al hoyo».
Teólogos, predicadores, catequistas y educadores, que pretendemos «guiar» a otros sin tal vez habernos dejado iluminar nosotros mismos por Jesús, ¿no hemos de escuchar su interpelación? ¿Vamos a seguir repitiendo incansablemente nuestras doctrinas sin vivir una experiencia personal de encuentro con Jesús que nos abra los ojos y el corazón?
Nuestra Iglesia no necesita hoy predicadores que llenen las iglesias de palabras, sino testigos que contagien, aunque sea de manera humilde, su pequeña experiencia del evangelio. No necesitamos fanáticos que defienden «verdades» de manera autoritaria y con lenguaje vacío, tejido de tópicos y frases hechas. Necesitamos creyentes de verdad, atentos a la vida y sensibles a los problemas de la gente, buscadores de Dios capaces de escuchar y acompañar con respeto a tantos hombres y mujeres que sufren, buscan y no aciertan a vivir de manera más humana ni más creyente.




Domingo del “Laetare”, Domingo de la alegría en Cuaresma


Nos viene muy bien recordar que este Domingo IV de Cuaresma es excepcional, así como el III Domingo de Adviento, pues se distinguen en algunas peculiaridades propias del tiempo.
La liturgia nos presenta en este día el domingo de “Laetare”, debido nada menos a la antífona de entrada de la misa, tomada del profeta Isaías 66,10-11: “Alégrate, Jerusalén, y que se reúnan cuantos la aman. Compartan su alegría los que estaban tristes, vengan a saciarse con su felicidad”.
Como vemos este tiempo litúrgico se ve marcado hoy por la alegría, ya que se acerca el tiempo de recordar y vivir nuevamente los Misterios de la Pasión Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo en Semana Santa. ¡Qué alegría! pero, ¿qué sería de nosotros si Él no hubiera muerto por nosotros?
Como decía anteriormente, al igual que el tercer Domingo de Adviento llamado del “Gaudete”, se rompe el esquema litúrgico de la Cuaresma con algunas anotaciones, por ejemplo:
1. Predomina el carácter alegre (litúrgicamente hablando).
2. Se usa el color rosáceo en los ornamentos, siempre que sea posible. Debido a que es intermedio entre el blanco de la Gloria y el morado de la penitencia.
3. Los ornamentos pueden ser más bellamente adornados.
4. Los diáconos que sirven en el altar, pueden utilizar dalmática de ese mismo color.
5. Se puede hacer uso del órgano.
Este Domingo “Laetare” nos hace la invitación a contemplar y mirar más allá de la triste realidad del pecado, mirando a Dios, fuente de infinita misericordia. Es la invitación a convertirnos de corazón a Dios, para mejor amarlo, cumpliendo sus mandamientos que nos hacen libres. No olvidemos que seguimos en Cuaresma aunque celebremos este domingo “laetare” tan particular. No significa un alto a nuestras privaciones y penitencias que cada unos nos hemos trazado en el inicio de este camino cuaresmal, sino que nos recuerda que detrás de la penitencia, está el deber de aborrecer el pecado de nuestras vidas, para así vivir en Gracia, que nos es dada por Dios en su insondable misericordia y amor de Padre.
No bajemos el listón de nuestro sincero esfuerzo por convertirnos, por hacer una buena confesión general de toda nuestra vida en este tiempo. Experimentemos la paz en nuestro corazón que el Señor quiere de nosotros, cantando con el salmo 136: “Tu recuerdo, Señor, es mi alegría”. 

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