El Tiempo Ordinario de la Liturgia, ordinario no significa de poca importancia
11 de enero de 2016
Ordinario
no significa de poca importancia, anodino, insulso, incoloro.
Sencillamente, con este nombre se le quiere distinguir de los “tiempos
fuertes”, que son el ciclo de Pascua y el de Navidad con su preparación y
su prolongación.
Es el tiempo más antiguo de la organización del año cristiano. Y además,
ocupa la mayor parte del año: 33 ó 34 semanas, de las 52 que hay.
El Tiempo Ordinario tiene su gracia particular que hay que pedir a Dios y
buscarla con toda la ilusión de nuestra vida: así como en este Tiempo
Ordinario vemos a un Cristo ya maduro, responsable ante la misión que le
encomendó su Padre, le vemos crecer en edad, sabiduría y gracia delante
de Dios su Padre y de los hombres, le vemos ir y venir, desvivirse por
cumplir la Voluntad de su Padre, brindarse a los hombres…así también
nosotros en el Tiempo Ordinario debemos buscar crecer y madurar nuestra
fe, nuestra esperanza y nuestro amor, y sobre todo, cumplir con gozo la
Voluntad Santísima de Dios. Esta es la gracia que debemos buscar e
implorar de Dios durante estas 33 semanas del Tiempo Ordinario.
Crecer. Crecer. Crecer. El que no crece, se estanca, se enferma y muere.
Debemos crecer en nuestras tareas ordinarias: matrimonio, en la vida
espiritual, en la vida profesional, en el trabajo, en el estudio, en las
relaciones humanas. Debemos crecer también en medio de nuestros
sufrimientos, éxitos, fracasos. ¡Cuántas virtudes podemos ejercitar en
todo esto! El Tiempo Ordinario se convierte así en un gimnasio auténtico
para encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, ejercitarnos en
virtudes, crecer en santidad…y todo se convierte en tiempo de salvación,
en tiempo de gracia de Dios. ¡Todo es gracia para quien está atento y
tiene fe y amor!
El espíritu del Tiempo Ordinario queda bien descrito en el prefacio VI
dominical de la misa: “En ti vivimos, nos movemos y existimos; y todavía
peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas
de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura, pues
esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del
Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos”.
Este Tiempo Ordinario se divide como en dos “tandas”. Una primera, desde
después de la Epifanía y el bautismo del Señor hasta el comienzo de la
Cuaresma. Y la segunda, desde después de Pentecostés hasta el Adviento.
Les invito a aprovechar este Tiempo Ordinario con gran fervor, con
esperanza, creciendo en las virtudes teologales. Es tiempo de gracia y
salvación. Encontraremos a Dios en cada rincón de nuestro día. Basta
tener ojos de fe para descubrirlo, no vivir miopes y encerrados en
nuestro egoísmo y problemas. Dios va a pasar por nuestro camino. Y
durante este tiempo miremos a ese Cristo apóstol, que desde temprano ora
a su Padre, y después durante el día se desvive llevando la salvación a
todos, terminando el día rendido a los pies de su Padre, que le
consuela y le llena de su infinito amor, de ese amor que al día
siguiente nos comunicará a raudales. Si no nos entusiasmamos con el
Cristo apóstol, lleno de fuerza, de amor y vigor…¿con quién nos
entusiasmaremos?
Cristo, déjanos acompañarte durante este Tiempo Ordinario, para que
aprendamos de ti a cómo comportarnos con tu Padre, con los demás, con
los acontecimientos prósperos o adversos de la vida. Vamos contigo, ¿a
quién temeremos? Queremos ser santos para santificar y elevar a nuestro
mundo.
Por: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente: Catholic.net
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