El Domingo de la Alegría
Domingo “laetare”. Domingo de la alegría en medio de la Cuaresma. El origen de este mensaje de alegría no es otra cosa que el contenido de la monición de entrada de la eucaristía del Cuarto Domingo de Cuaresma: “Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos”. En su inicio en la versión latina dice: “Laetare Jerusalem”. Pausa de alegría manifiesta en esta segunda mitad de la cuaresma que nos demuestra que la Iglesia siempre ha buscado la alegría o la tristeza.
- Dinámicas para el Primer Tercer de Cuaresma?: Cuaresma16 - 4 Con todo su corazón
Con el evangelio de este domingo descubrimos una de las catequesis que mejor resumen el misterio de la misericordia de Dios. Jesús nos habla de su padre en términos que podemos comprender.
Cualquier elemento de esta escena puede ser una representación de nosotros mismos, nuestros anhelos y deseos, nuestras pretensiones más profundas. Sobre la historia que nos narra Jesús encontramos los distintos matices de nuestra relación con el mundo y con Dios. El hijo que, frente a su padre, considera que se le debe algo más que su propia existencia. El que siente ansiedad por disfrutar de la vida. El que necesita de una libertad mal entendida. El que antepone su superflua felicidad a una relación de amor hijo-padre. Por otra parte, está el criador de cerdos, al margen de la historia, interviene como alternativa a la vida junto al padre; espectador, agente pasivo, distante, alimentando otras necesidades. También tenemos los distantes personajes con los que el hijo menor malgastaba su dinero, las tentaciones del mundo, satisfacciones de la sociedad de consumo, búsqueda de placer. En otro lugar el hermano mayor; orgulloso, cuestionador, cree estar en posesión de la justicia, pide cuentas de lo que sucede. Los criados y siervos, al servicio atento y constante de su Señor, también espectadores de la vida. Y el Padre, paciente, constante, vigilante ante el amor de su hijo. Profundamente misericordioso. Todos tenemos mezclado estos ingredientes en nuestro ser, algunas veces queremos más independencia, otras condenamos con severidad, otras veces servimos sin cuestionar, muchas veces, también, nos sentimos pecadores, solos, desamparados.
Pero, para toda nuestra miseria y debilidad tenemos el abrazo tierno del padre, el que nos acerca de nuevo al calor del hogar, porque su misericordia y perdón va mucho más allá que nuestras limitaciones y faltas.
Quizá tenemos que tropezar para descubrir lo poco que somos,
o a lo mejor necesitamos pasar hambre para darnos cuenta que no estamos alimentando debidamente nuestro corazón. El primer paso es tomar conciencia de que hay cosas en nuestra vida que no hacemos bien, y que necesitamos del abrazo del Padre Dios. Tanto si
nos identificamos con un hijo u otro, tenemos que aprender a disfrutar del Amor de Dios, el que ya tenemos pero del que aún no tomamos
conciencia. Disfrutemos del gozo de estar en la casa del Padre, en su regazo de amor.
Esta semana, tenemos por objeto descubrir el corazón de la cuaresma: el abrazo del Padre es la catequesis central de nuestra vida. Para esto se nos llama, para que anunciemos al mundo que “Dios nos ama con locura”. El corazón de Dios es tan grande que cabemos todos, hasta con nuestras cargas y dificultades, y cuanto antes nos demos cuenta de ello, antes podremos contagiar nuestra fe.
El corazón simboliza la vida, pero también es la señal del amor, de la entrega de uno hacia el otro. Todos los mensajes que nos envía Dios están en clave de amor, nos pide que perdonemos, con amor, que sirvamos al que lo necesita, con amor, que demos de comer al hambriento, de beber al sediento, de consolar, visitar, dar consejo, ... todo con amor. Y todo aquel que se siente profundamente amado por Dios, no tiene más que experimentar el gozo de su misericordia para darse cuenta que en esto consiste la verdadera felicidad, en que Él se vale de nosotros mismos para amar a los que lo necesitan. Seamos cauce, pues, de su amor.
El evangelio no nos narra si el hermano mayor entró o no en la fiesta, ésta posiblemente sea nuestra misión, terminar la historia, hacer de hermano mayor. Tomar conciencia de que todos son mis hermanos ante un mismo padre Dios, que nos quiere incondicionalmente.
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