Juan es la «voz que grita en el desierto: Preparad el camino al Señor».
Es el medio del que Dios se sirve para que el pueblo se prepare para la venida del salvador, el que grita lo que tienen que hacer para que el salvador llegue a ellos.
Hoy son muchas las voces que escuchamos que nos llaman a una vida que no es precisamente la vida del creyente.
Oímos la voz de un mundo sin Dios y sin fe, que vocea a la oreja y al corazón del joven actual; que si se es creyente no se puede ser feliz, porque la fe coarta la libertad; el hacer e ir por donde uno quiera, cuando es todo contrario la fe nos hace libres y rompe todas nuestras esclavitudes. Voces de la mundanidad que invitan a pasarlo bien a costa de lo que sea, pasando por encima de quien y de lo que sea; lo importante es divertirse.
Voces que nos llaman continuamente al egoísmo, a pensar solo en nosotros mismos y a olvidarnos de los demás y a no complicarnos nuestra vida con sus problemas, allá cada uno con lo suyo, sálvese quien pueda, que cada cual se saque sus castañas del fuego.
Voces que desprecian a Dios y la fe en Él como algo inservible e inútil y sobrevaloran el dinero y lo material como el único dios al que servir y lo único que sirve para todo.
Voces y voces y voces que nos aturden y confunden y señalan otro camino distinto o contrario al camino del Evangelio.
Voces que tienen que hacernos pensar que en medio de ellas no puede faltar la voz de los cristianos, que con su vida y testimonio anuncian a Jesús y su mensaje al hombre de hoy, para que se produzca en ellos la conversión.
Yo, tú, todos, podemos anunciar al Señor como hizo Juan el Bautista. Él gritaba el mensaje de Dios en el desierto y llamaba a preparar el camino al salvador. Nosotros estamos todos, como creyentes, llamados a preparar nuestra vida y nuestro corazón para recibir el Salvador que quiere nacer en cada uno de nosotros. Por otra parte estamos llamados a gritar el mensaje de Jesús al hombre de hoy, que vive en medio del mundo tantas veces separado de Dios y su mensaje, pero que lleva en el corazón impreso el sello de Dios, por lo que no prescindir de él, porque como decía san Agustín: «Nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».
Dios ha querido tener necesidad de nuestra pobre aportación para darse a conocer al hombre actual, para que el mensaje que Él trae llegue al hombre de hoy. Él quiere que le prestemos nuestra voz para decir al hombre actual que tiene que cambiar, que no puede seguir las llamadas de la mundanidad olvidándose de las llamadas que el mismo Dios le hace personalmente. Para ello necesita de nuestra voz, n u e s t r a vida vivida desde los valores que él trae a este mundo; de nuestro testimonio de vida que recuerde, al ser humano del siglo XXI, que Dios quiere nacer en su vida y en su corazón y que debe disponerse a recibirle, como necesitó la voz de los profetas y de Juan para anunciar a su pueblo su llegada a este mundo.
Nuestro mundo actual necesita oír la voz de Cristo que anuncia un estilo propio y peculiar para aquellos que quieran seguirle. Esta voz de Cristo va a llegarles a los hombres de hoy a través nuestro, por medio de nuestra voz, de nuestra vida y de nuestro testimonio. Preparemos el camino al Señor, seamos instrumentos al servicio del anuncio de la llegada de Cristo salvador a la vida de los hombres, descubrámosles que Cristo viene a curar todo lo enfermo que hay en nosotros y dar sentido a todo aquello a lo que, sin Él, no encontraríamos sentido. Pero para ello es necesario que le recibamos, que le abramos nuestro corazón y le dejemos entrar en nuestra vida, porque Cristo ya nació hace veinte siglos, pero quiere nacer hoy y ahora en el corazón de todos los seres humanos del momento actual de nuestra historia.
Monseñor Gerardo Melgar
Obispo Prior de la Diócesis de Ciudad Real
Tan solo hay un nosotros
Nunca en la historia nuestro estilo de vida ha estado tan relacionado con la vida de millones de personas.
En la sociedad del hiperconsumo, nuestros hábitos y decisiones cotidianas influyen en las condiciones de vida de millones de personas que sufren situaciones de pobreza, exclusión y violencia en un mundo cada vez más individualista y desigual.
En nuestro modelo social todo son estímulos, cada vez hay menos espacio para el silencio, para el encuentro, y hasta la solidaridad o la espiritualidad se convierten en artículos de consumo.
Sin embargo, el cambio viene desde el desierto, donde no hay distracciones, solo silencio, donde lo único que importa es la vida.
En el desierto descubrimos lo importante, el valor del hermano, del otro que busca, igual que yo, vivir, ser feliz. En el desierto, lejos del egoísmo, lejos de las luces que me separan de lo importante, me encuentro con el hermano que tan solo quiere una vida mejor. En el desierto desaparecen las fronteras, las barreras físicas y mentales, las razas, las clases sociales… todo lo que hemos creado para no reconocernos. En el desierto encontramos nuestro auténtico yo, en el que Dios habita, encontramos al otro y descubrimos que no hay un “otro”, que, en la humanidad, solo hay un “nosotros”, y todo lo que nos aleje de ahí, nos separa de nuestro auténtico yo, nos distancia del Padre que nos habita.
Francisco Jiménez, profesor de los Centros Teológicos de la Diócesis de Málaga.
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