¿NOS
ATREVEREMOS A COMPARTIR?
Los medios de comunicación nos informan cada vez con más
rapidez de lo que acontece en el mundo. Conocemos cada vez mejor las
injusticias, miserias y abusos que se cometen diariamente en todos los países.
Esta información crea fácilmente en nosotros un cierto
sentimiento de solidaridad con tantos hombres y mujeres, víctimas de un mundo
egoísta e injusto. Incluso puede despertar un sentimiento de vaga culpabilidad.
Pero, al mismo tiempo, acrecienta nuestra sensación de impotencia.
Nuestras posibilidades de actuación son muy exiguas.
Todos conocemos más miseria e injusticia que la que podemos remediar con
nuestras fuerzas. Por eso es difícil evitar una pregunta en el fondo de nuestra
conciencia ante una sociedad tan deshumanizada: «¿Qué podemos hacer?».
Juan Bautista nos ofrece una respuesta terrible en medio
de su simplicidad. Una respuesta decisiva, que nos pone a cada uno frente a
nuestra propia verdad. «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no
tiene; y el que tenga comida haga lo mismo».
No es fácil escuchar estas palabras sin sentir cierto
malestar. Se necesita valor para acogerlas. Se necesita tiempo para dejarnos
interpelar. Son palabras que hacen sufrir. Aquí termina nuestra falsa «buena
voluntad». Aquí se revela la verdad de nuestra solidaridad. Aquí se diluye
nuestro sentimentalismo religioso. ¿Qué podemos hacer? Sencillamente compartir
lo que tenemos con los que lo necesitan.
Muchas de nuestras discusiones sociales y políticas,
muchas de nuestras protestas y gritos, que con frecuencia nos dispensan de una
actuación más responsable, quedan reducidas de pronto a una pregunta muy
sencilla. ¿Nos atreveremos a compartir lo nuestro con los necesitados?
De manera ingenua creemos casi siempre que nuestra
sociedad será más justa y humana cuando cambien los demás, y cuando se
transformen las estructuras sociales y políticas que nos impiden ser más
humanos.
Y, sin embargo, las sencillas palabras del Bautista nos
obligan a pensar que la raíz de las injusticias está también en nosotros. Las
estructuras reflejan demasiado bien el espíritu que nos anima a casi todos.
Reproducen con fidelidad la ambición, el egoísmo y la sed de poseer que hay en
cada uno de nosotros.
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