La Solemnidad de la Ascensión se celebraría el jueves de
la sexta semana de Pascua (9 de mayo de 2024), cuando se cumplen 40 días
después de la Resurrección de Cristo. Esto de acuerdo al relato del Evangelio
de San Lucas y los Hechos de los Apóstoles de la Biblia.
Sin embargo, esta fiesta litúrgica se traslada al séptimo
domingo de Pascua, que en esta ocasión será el 12 de mayo de 2024.
Esta modificación, autorizada por diversas conferencias
episcopales en todo el mundo, se da porque este día cae entre semana (jueves),
por lo cual se cambia al domingo para que una mayor cantidad de fieles
participe de esta importante fiesta católica.
En la Ascensión se celebra que Jesús asciende (sube) al cielo en cuerpo y alma, luego de prometerle a sus discípulos que enviará al Espíritu Santo, algo que sucederá en la solemnidad de Pentecostés.
Celebramos en este domingo la fiesta de la Ascensión de
Jesucristo a los cielos. Cuarenta días después de su resurrección, Jesús reunió
a sus apóstoles y, delante de ellos, fue elevado al cielo, hasta que lo
perdieron de vista. De esta manera, Jesús culminó su glorificación sentado a la
derecha del Padre, como Señor y juez, que vendrá glorioso al final de los
tiempos, para juzgar a vivos y muertos.
Para un cristiano, mirar al cielo significa dirigir su
corazón hacia esa situación feliz que Dios nos tiene preparada para cada uno de
nosotros, y en la que Jesús nos precede, según lo que celebramos en esta
fiesta. Dos obstáculos principales nos impiden esta mirada al cielo: por una
parte, la vida placentera en este mundo nos hace olvidar el cielo, nos parece
que estaremos mejor en la tierra disfrutando de lo que la vida nos pueda
ofrecer. Si nos hablan del cielo, asentimos, pero pensamos que el cielo puede
esperar y ahora que nos dejen disfrutar los bienes de la tierra. Una vida
planteada en torno al placer no tiene ningún interés por el cielo; sólo se
acuerda del cielo cuando llega la frustración o la contrariedad.
Otro obstáculo es la visión materialista de la vida y de
la historia, que lleva a la negación de Dios y del cielo. En el marxismo, una
de las ideologías imperantes en nuestros días, hablar del cielo es como una
evasión del compromiso por trasformar este mundo. Lo consideran como una
alienación, como una rémora para el desarrollo. Y a veces a los cristianos les
atrapa esta ideología y les priva del gozo anticipado del cielo que esperamos.
La fiesta de la Ascensión, sin embargo, es fiesta de gozo
para el cristiano, porque sabe que el camino abierto por Jesús es la autopista
por la que hemos de caminar nosotros. Y saber que al final nos espera ese gozo,
nos hace disfrutarlo ya desde ahora en esperanza. La certeza de la vida más
allá de la muerte, y de una vida feliz con Dios para siempre, es un resorte
continuo ante las dificultades de la vida, que no faltan.
En la fiesta de la Ascensión celebramos a Cristo, cabeza
de este cuerpo que formamos todos los cristianos y, de alguna manera, toda la
humanidad. Lo que ha sucedido en él es un anuncio y una primicia de lo que
sucederá en todos nosotros. Ya ha sucedido en su Madre santísima, y así lo
celebramos el 15 de agosto: María elevada al cielo en cuerpo y alma, María
glorificada incluso en su cuerpo humano, como el nuestro. María es adelanto de
toda la humanidad, que un día será glorificada como ella.
La ausencia visible y palpable de Jesús, el ayuno que su
ausencia impone a nuestros sentidos, es un bien para nosotros: “Os conviene que
yo me vaya, porque si no me voy no puede venir a vosotros el Espíritu Santo”
(Jn 16,7). Durante la presencia de Jesús en la tierra, sus contemporáneos vivían
de lo que veían y oían de él. Pero el plan de Dios, para aquellos
contemporáneos y para todos nosotros, es que todo eso quede interiorizado en
nuestro corazón, y desde dentro vaya inundando todas las zonas de nuestra vida,
transfigurándolas. Jesús es verificable en la historia, el Espíritu trabaja y
va transformando esa historia y nuestro corazón desde lo invisible. Os conviene
que yo me vaya, nos dice Jesús, para pasar a esa otra dimensión del Espíritu
santo, autor de nuestra santificación.
En esta fiesta de la Ascensión celebramos la Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales. Este año con el lema: “Escuchar con los
oídos del corazón”. Pidamos por todos los comunicadores, los que trabajan en la
radio, televisión y prensa escrita, para que aprendan cada vez más a escuchar,
y así puedan relatar a los demás lo que han escuchado con el corazón.
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